15/7/08

SOY UN CYBORG: deslumbrante extravagancia

Sólo a veces la cartelera filtra algún título premeditadamente marciano que esgrime su rareza sin ningún tipo de tapujo, a sabiendas de que el desconcierto, por no hablar de alguna deserción, gobernará en el auditorio. Ciertas películas se despeñan por laderas de transgresión tan asumida desde la idea misma hasta su resolución, pero muy pocas logran convertirla en cine deslumbrante. El surcoreano Park Chan-wook puede presumir de ser uno de los más potentes estandartes de una industria pujante a nivel comercial -no digamos crítico-, cuna de un abanico genérico y estético que abarca adhesiones férreas y viscerales rechazos. Elevado a la bóveda celeste por los amantes de lo moderno -como sus colegas Kim Ki-duk y Bong Joon-Ho-, el autor de la trilogía de la violencia se mantiene fiel a su estilo, que equivale a decir que sigue intacta su peculiar visión del ser humano.
SOY UN CYBORG puede situarnos en el punto equidistante entre la irritación y la fascinación. La clave -como en el caso de esos otros totems del último cine oriental- está en conocer el universo que Chan-wook viene enhebrando con historias tan excéntricas como apasionantes, hay que entender que no extiende el tapete de convenciones que suele adormecer nuestra mirada. O, lo que es lo mismo, debemos prepararnos para lo peculiar, lo heterodoxo, lo que va a pasarse las normas por el forro de un innegable sentido de la creatividad artística. Podemos afirmar que éste es el último -y valiente, y experimental, y desacomplejado- botón de un muestrario de obras que requieren de nuestro cómplice ánimo para aceptar su propuesta. De ese tipo de películas que exigen dejarse arrastrar por su torrente expresivo y originales derroteros. Lo contrario puede anclarnos en el más intenso de los cabreos.

En su nueva criatura Chan-wook usa también la violencia como eje narrativo pero esquiva el tono trágico, enfermizo, asfixiante de su célebre tríptico -que alcanza el paroxismo con la brutal OLDBOY (2003)-. Ahora se decanta por la fábula surrealista, delirante casi siempre, una explosiva fusión de comedia grandguignolesca, tierno melodrama y aventura romántica con una protagonista sujeta a las mismas reglas de rareza que empapan las imágenes. La odisea de la joven robot por encontrar sentido a su existencia toma cuerpo con un tono casi naif, propio de narración infantil con mensaje, cosa por otra parte nada molesto si ya hemos entrado de lleno en el juego y estamos dispuestos a llegar al final. Pero es una ingenuidad epidérmica, aparente, es obvio que oculta una segunda -y tercera si se quiere- capa de lectura bajo su aspecto ligero y estrambótico, lo que enriquece el relato más allá de la anécdota hasta despertar un tímido -también inesperado- brote de emoción.

Puede encontrarse el doble filo de SOY UN CYBORG en el choque entre el desenfado, la rabiosa frescura, el colorido extravagante y la frialdad, el hermetismo, el dibujo conceptual de sus personajes. Young-soon, en tenaz búsqueda de la abuela que los hombres de blanco encerraron, se busca también a sí misma, quiere descubrir su propia identidad mediante la memoria de la anciana demente. También ella cree ser algo distinto a un humano, causando el estupor de los médicos y quedando confinada a su mundo interior salvo por la compañía del ladrón enmascarado, otro freak, otro paria de la sociedad tan marginado como ella, a cuestas con la losa de un pasado doloroso. Material tan ingenuo sirve a Chan-wook para esbozar un virtuoso y desenfrenado cuento de amistad, de soledades y deseos compartidos, pero a la vez de violenta revancha por el daño sufrido en la niñez, por el abandono, por la culpa y la humillación, por no saber el lugar en el mundo. Sendas parecidas nos hizo recorrer Spielberg en INTELIGENCIA ARTIFICIAL (2001), elegía sombría y melancólica donde otro niño androide emprendía sus propias búsquedas en un entorno hostil y despiadado.

Chan-wook dispone las secuencias como viñetas de un cómic intimista, abigarrado, explícito, todo lo cruel que una escena como la del tiroteo "digital" (la punta de los dedos a modo de implacables armas) puede ser. Asoma aquí una borrachera de influencias que el director asume jueguetonamente, desde la coreográfica violencia de Peckinpah y sus piezas maestras GRUPO SALVAJE (1969) y PERROS DE PAJA (1971) hasta la gelidez documental de Gus van Sant en ELEPHANT (2003). Actos de venganza absurda, excesiva, traviesa o calculada, pero siempre en la línea de estilización visual marca de la casa. Justo entonces la película alza el vuelo tras una primera parte más confusa y peor definida que sirve para ir abonando el terreno alegórico, de desbocada fantasía en el que nos encontraremos metidos. El espacio donde Young-soon hallará las pistas para ser feliz, el tiempo para vencer el rechazo de los reclusos, la incomprensión de quienes le robaron la libertad. Bello recorrido por el que asoma el tradicional cara a cara del individuo con las instituciones, los clásicos conflictos entre la ansiada autonomía y los métodos de represión que, nunca como aquí, rozan el más arrebatado lirismo.

Resulta fácil dejarse llevar por este equilibrista de la imagen, maestro del encuadre poético, refinado iconoclasta que hace balancearnos entre lo onírico y lo patético, mezclando humor gamberro y bizarría a granel en un despliegue de plasticidad irreprochable. No deja de ser éste un nuevo ejercicio de autor cimentado en moldes de vanguardismo sin medias tintas, milimétrico producto que despertará el entusiasmo de los alérgicos a los modos de siempre, a los corsés que suelen estreñir el buen cine hasta asfixiarlo, sin apenas válvulas para oxigenarlo y transformarlo en arte vivo.

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