
Supongo que la imperiosa necesidad alimenticia habrá obligado a Carmen Maura y Federico Luppi a liderar una de las propuestas más banales y ortopédicas fabricadas con sello propio. Gerardo Herrero parece empeñado en transitar todos los géneros con tal de forjarse una personalidad que aún hiberna detrás de proyectos más voluntariosos que excelentes. Presumo además que no logrará régimen de autor con esta farsa pretendidamente sofisticada, penetrada por gruesos sablazos de thriller cañí rotulado a lo zafio, gentil catálogo de despropósitos, olvidables, olvidados ya, de hecho.

Intento templar mi enojo al comprobar la herencia de los peores aromas de un pasado (creativo) deplorable. No criticaré ahora, visto lo visto, que la masa cinéfaga devore barrabasadas de hermanos por pelotas, o de padres de él, o de ella, o de pirados atrapados y demás fauna. Tienen también aquí ocasión de hartarse a golpes de chascarrillo tosco, podrán subirse al andamio acartonado que soporta chistes de cuadernillo, aparente mordacidad entre familiares e hinchada de tics interpretativos. El exceso gobernando los renglones subrayados del exabrupto. No es más que eso. Nada del arsenal desplegado huele a original, nada escapa a la fórmula de baratija soportada en la mecánica y plana dirección de Herrero. Faltaría mucha tralla para alcanzar las fronteras de una (negrísima) comedia, esos flirteos con el riesgo, incluso el homenaje al género que otros más dotados -Gómez Pereira, Trueba, De la Iglesia- lograron explorar. Creo que dejaré de soñar en la ironía engordando textos hasta hacerlos dignos de recordar. Si alguna vez dejan de confundir la ligereza con la estupidez, eso que me llevo.
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