7/11/08

GOMORRA: el poder es nuestro

Si hurgásemos en la fachada noticiable de las redes de corrupción, asumiríamos la cojera del cine para retratar sus tripas. La ficción no ceja en su empeño de trasladar realidades tan infames que cuesta digerirlas, asimilarlas como tangibles, por encima de fronteras y gobiernos. Ahí está el recuerdo de piezas de incontestable valor con las que hemos alimentado vigilias cinéfilas a la búsqueda de ambientes ya mitificados.

Pero lo que cuenta Matteo Garrone está lejos del mito. De hecho es lo más alejado al halo de glamour que impregna legendarios dibujos de las mafias, ya sean en los siempre cinematográficos EE.UU, en Europa o -recientemente con más ímpetu- el distante Japón. El retrato de un país infectado por el poder criminal y económico de la Camorra se revela uno de los más veraces, contundentes y escalofriantes que puedan asaltar pantallas y espíritus atentos. Me aparecen sus imágenes sobrias siguiendo una estela de cine con vocación de testimonio, directo gancho a los tabiques de nuestra conciencia aletargada, bien instalada en su palco para que las verdades incómodas se miren desde arriba. Dispuesto a provocarnos la colisión emocional, Garrone adapta la novela de Roberto Saviano, todo un valiente que está en la punta de arma de la organización napolitana desde la publicación de su obra. Ni más ni menos que otra víctima de la gran confabulación mundial para mantener diversos estatus de poder, aunque sea mutilando libertades creativas y una maleta de honestidad. Que se lo digan a Salman Rushdie.

Con el escudo protector de esa mirada directa, áspera, ajena a la contaminación del mercadeo, van desplegándose las cinco historias hasta articular un todo revelador, la textura recia y un montaje afilado como herramientas estéticas. Cierto que no se persigue estilizar la violencia y sus ramificaciones. Es obvio que no se pretende idealizar la trastienda demencial de una sociedad a golpes de pericia visual. Pocas veces como aquí -tal vez en la reciente TROPA DE ÉLITE (José Padilha, 2008)- surgen los esquinazos más siniestros de la vida desnudos de esplendores para que bebamos sus chorros. La cámara de Garrone se acerca a las piezas de este tapiz humano, respira su aliento entrecortado a balazos, nos contagia la amenaza constante y logra impregnar de autenticidad los recursos para sobrevivir al caos. Asistimos atónitos al dibujo de ambientes y situaciones a trazos sucios, los únicos válidos a la hora de describir el día a día en el fango.

Me satisface que la industria italiana aborde los efectos de un virus de tal calibre. El debate social necesita asuntos de controversia rescatados de los suburbios, germinados en el ámbito cotidiano de gente humilde para entonar la denuncia de un peligro extendido a gran escala. Las guerras mutan, los conflictos se desdibujan, quedan lejos las trincheras neorrealistas del maestro Rossellini, su paisaje desolado. Las luchas son, en el siglo de internet y del sistema de valores en reventa, por algo tan prosaico como el engorde de las arcas. A decir verdad, como siempre fueron, pero enmascarando ahora los métodos más tenebrosos bajo el rostro del empresario próspero, sospechosamente ajustado a la ley. Lejos temáticamente de los grandes clásicos del maestro, hereda esta película su valiente óptica coyuntural, la casi insoportable carga de honradez que un lenguaje sin adornos nos transmite. No descubro el panfleto moralizante oculto tras las callejuelas. Percibo la ausencia total de cierres concluyentes bajo el fuego abierto. Lo que perdura es la pintura fiel de un entramado deleznable impulsado por motores de sordidez, la integridad moral diluida al modo de residuo tóxico.

De toxicidad y sus derivados se nutren los eslabones de un esquema narrativo eficaz que no desequilibra el retablo de vidas en el abismo. La red de influencias y extorsiones, el intercambio de poder, la violencia como un juego entre chavales imitadores de Pacino y su Scarface. Van asomando los retales del infierno para que el espectador los reconstruya y engarce si en su masa cerebral, incluso en las fibras de un estómago sensible, queda espacio libre tras el golpe. La sensación es la de solidez formal, ética y humana, grandes adjetivos todos, el umbral de la inevitable reflexión. Y no es necesario rociar de épica de bisutería una pieza con perfiles tan rocosos, ya los poros mugrientos de la realidad la destilan a borbotones.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Qué ganas le tengo a esta película! ¿La has visto ya? Este señor está teniendo muchos problemas por hacer un film como este. El viernes, si no pasa nada, me voy a verla.

Buena reseña, saludos!

Anónimo dijo...

Si la he visto, y conociendo tu sensibilidad cinéfila, creo que te gustará (espero que más que Tropa de Élite, jeje, que sé que no fue plato de tu gusto).

Un saludo y gracias por entrar!!!

Emilio Calvo de Mora dijo...

Estoy todavía digiriendo este viaje a tierra de fantasmas. Me ha parecido eso: que todos los protagonistas estaban muertos desde que se les ve en pantalla. Así se ve la película de otra manera. DE todas formas, no sé por qué, es una de esas películas que me va a costar analizar, registrar en palabras. Llevo muchos días (demasiados) sin ver cine. Y más sin escribir sobre cine. Ha sido una vuelta áspera. Saludable, de cualquier manera. Un abrazo grande, amigo. Qué buena página de cine están montando.