30/3/08

ACROSS THE UNIVERSE: explosión de nostalgia

El plano que abre esta vitalista película es toda una declaración de intenciones. Un joven mira al mar sentado en la orilla. La cámara se acerca en lento travelling mientras él gira la cabeza y, sin una nota musical, comienza a entonar la primera de las canciones que vertebrarán la historia. Con la invocación a cámara, es evidente que estamos punto de asistir a una calculada recreación de la realidad. Pronto descubriremos que el teatro, las artes plásticas, el vídeo e incluso el music hall integrarán un todo frívolo para algunos, vibrante para otros. El espectador es invitado de esta forma a recorrer un enfático pero apasionado trayecto por una época convulsa, plena de cambios y propicia para el amor. Y para la música.

No sé si mucho más, pero pulmones le sobran a Julie Taymor. Ya lo demostró en sus anteriores obras, el colorista biopic sobre FRIDA Kahlo y la barroco-delirante-antropofágica versión del bestial TITUS de Shakespeare. Ambas denotaban la osadía que le brindaba una experiencia multidisciplinar curtida en los escenarios de Londres -famosa su adaptación de El Rey León-. Eran cintas infladas por su espíritu de grandiosidad, cuajado en algunos aciertos plásticos y otros tantos excesos denostados por la crítica. Cine visionario e innovador. Aparatoso e irritante.
Ahora se tira a la piscina con el musical. Y es tan astuta como para usar a los Beatles como motor narrativo. Astuta y un punto arrogante. Ella que puede.

Bañada con un gozoso optimismo, ACROSS THE UNIVERSE no engrosará los anales del género, aunque intente oxigenar sus códigos de forma tan ampulosa. La película no se ajusta a la senda del musical tradicional -resucitado por títulos como CHICAGO- ni a la de un musical de diseño plastificado que representa MOULIN ROUGE, ni, por supuesto, a la timidez de una obra maestra como ONCE. Pero al menos insufla aire fresco durante poco más de dos horas, cosa de agradecer. Más allá de su historia de amor, tan clásica como predecible, Taymor concibe la función como un paquete audiovisual de exquisita factura, perfectamente envuelto y más preocupado por excitar sentidos que por ahondar en sus propias ideas dramáticas. Por eso se le critica el vacío revelado por su enérgico y complaciente papel celofán. Aún así, reconozco que la propuesta logró seducirme. Sin ser especial seguidor de los Beatles, pude contagiarme de la deliciosa banda sonora, los 33 temas que configuran la trama con desigual resultado. El reto es más atrevido que brillante, pero aporta un entretenimiento seguro.

A veces hay que dejar atrás rancios purismos y ortodoxias al enfocar el análisis de ciertas películas. Abandonados a su virtuosismo, ver y escuchar ACROSS THE UNIVERSE supone un placer. La epidérmica excusa romántica se cubre de colores vivos - saturados a veces-, con un montaje brioso y coreografías tan postizas como exultantes. A la directora le interesa demostrar quién cocina el pastel, pretende dejar clara su rúbrica con cierto aire grandilocuente, aunque pletórico de buen rollo y frescura. Sobreexposiciones, imágenes que se aceleran y ralentizan, decorados de cartón piedra, formato digital inserto en espacio real. Un collage inspirado en las tendencias poppy que triunfaron en aquellos años, con planos que podría firmar el mismo Warhol y un impulso rupturista en plena comunión con la banda británica. Todo vale para suscitar una emoción básica e inmediata, una argucia más próxima a la creatividad publicitaria que aquí reluce sin complejos. Es el espectáculo puro, fastuoso, la fachada luminosa y abigarrada de un realidad esbozada con brochazos de puro artificio.
Otra duda es si es útil el leit motiv beatlemaníaco. La película quiere reinventar a los cuatro de Liverpool espolvoreando de canciones una historia de amor contextualizada en un período de agitación crucial en USA -aparece todo lo más emblemático que pueda imaginarse-. Sin embargo, a veces se percibe una sucesión de secuencias concebidas y articuladas en torno a las letras, y no al revés. Me emocionaron algunas versiones de temas legendarios -Let It Be a lo gospel y All You Need Is Love desde una azotea-, pero en otras se fuerza su valor narrativo y no terminan de hacer progresar la acción o de identificarnos con ciertos personajes. En este sentido pierde fuelle la parte central, en la que el tono surrealista se acentúa para ajustarlo a la época más ecléctica de los Beatles -la aparición de guest stars como Bono y Joe Cocker son puro desenfreno autoparódico-. Es el mayor lastre para que el conjunto desprenda algún ápice de naturalidad, ya que en esos paréntesis musicales fallidos nos percatamos de la gran farsa. Una refrescante y entusiasta farsa encorsetada en sus propios márgenes expresivos.

La obra tiene pretensiones de pieza total, de gran relato generacional, y se vale de melodías impresas en nuestra memoria para trazar sus bloques, bastante descompensados en ritmo y peso dramático. Más allá de la pareja protagonista -buena química entre Evan Rachel Wood y Jim Sturgess-, los personajes responden a estereotipos y carecen de una entidad que les despegue del poderoso entorno estético que les rodea. Sus vivencias no fascinan por sí mismas, más bien se agotarían de no estar supeditadas a ese andamiaje formal tan elaborado.

¿Es válido este uso libre de tanto pastiche? ¿Enriquece la historia o nos aleja de ella? Buen debate sería definir el alcance de esta conexión de formatos para contarnos un cuento tan convencional. Que cada cual experimente este psicotrópico viaje por lo esencial de la historia norteamericana y responda. Al menos Taymor pudo hablar de revoluciones y psicodelia, de drogas y liberación, de pacifismo y futuro. Y lo hace con un discurso ligero y trivial como los estribillos que tatareamos, rutilante y desenfadado como esas décadas prodigiosas, tan hinchado que algunos sólo verán hueco en su interior. Su experimento es un respetuoso y nostálgico tributo a la banda inglesa con lo más granado de su discografía. Son ínfulas de gran autora, es verdad, pero amoldadas sin prejuicios a un tiempo cuyo mito aún nos cautiva.

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