7/3/08

EN UN MUNDO LIBRE...: la gran mentira

Vuelve el británico Ken Loach a entregarnos su habitual pieza de autor, lo que supone colar en la cartelera su consabido mordisco de realidad bien pelada. Desde hace años viene desarrollando una de las carreras más insobornables y coherentes que puedan encontrarse, con unas constantes ideológicas de identificable solidez. Su postura agitadora del stablihment gubernamental inglés ha cristalizado en un conjunto de relatos cuyo poso de amargura les confiere unidad temática y estilística. Otra cosa es que sus propuestas obtengan mayor o menor respuesta. En mi caso, siempre visito sus historias, es una cita con su universo a la que no suelo faltar. Y casi nunca me falla.

Su nuevo y descarnado trozo de vida juega con el poder de la paradoja desde el título mismo. El mundo de Loach sigue siendo el de los desheredados, los parias de una sociedad asfixiante que lastra su pleno desarrollo individual. Pero su mundo es todo menos libre, o, al menos, se nos vende una libertad postiza, desdibujada, falsa. Es la esclavitud del mercado libre y su tráfico libre de personas. Y en este panorama indigesto y desesperanzado, la vitalista Angie -en una esforzada interpretación de Kierston Wareing- descubre la miseria desde la trastienda del sistema que la engendra. Su trabajo en una agencia de empleo temporal la ha enfrentado de golpe con una mano de obra multicultural dispuesta a deslomarse a cambio de un sueldo no muy digno. El punto llamativo es que será ella misma quien sufra el sinsabor del despido improcedente y la angustia por un futuro incierto tras un pasado de inestabilidad laboral y la reponsabilidad de un hijo problemático.

El director retoma su particular adhesión a las clases más necesitadas de voz denunciante. Esta vez, su heroína pasa de ser víctima a ejercer por sí misma los abusos ligados a la figura del patrono. La protagonista aprovecha su experiencia en el ámbito de la precariedad laboral para enriquecerse poniendo en marcha -junto a una amiga- una empresa saltándose la burocracia y atrayendo la misma mano de obra que antes rechazaba. Se traza así un contudente ataque contra una dinámica absorbente: siempre se termina cayendo en la falacia de la globalización, en la inoperancia de unas leyes, en los excesos de un capitalismo atroz que se come a las personas y las vomita sin piedad. Es fácil caer, es más bien el único recurso para prosperar. Y Angie, pese a la oposición de unos padres anclados en el espejismo de un paisaje menos desolador, sigue adelante con su proyecto. Acaba cayendo en la tentación del dinero fácil, ejerciendo con despótica actitud sus nuevas funciones directivas. Y al final pagará las consecuencias.

Encontramos aquí a un Ken Loach en plena forma, hilando su candente discurso izquierdista -en el sentido más digno del término- con un tono menos combativo e incendiario que en otras obras. El creador de las excelentes LLOVIENDO PIEDRAS, RIFF-RAFF, LA CANCIÓN DE CARLA, MI NOMBRE ES JOE o FELICES DIECISÉIS regresa a los suburbios que ama, a la atmósfera de polígono industrial y pubs para asalariados, a la humildad y estrechez de sus viviendas para madrugadores. Es otro viaje por este Londres de retaguardia, por la auténtica cara oculta de la prosperidad y el esplendor en la ciudad de negocios más rutilante del mundo.Y nos implica en su recorrido, nos hace circular por la desilusión, el coraje, el miedo, la esperanza, la violencia y la culpa. Loach continúa así documentando su lucha contra el gigante de la desigualdad, y lo hace con la inmigración como motor narrativo. Ahora se comercia con la mano de obra extranjera para mover la rueda económica más salvaje y despiadada. Inseguridad, dobles turnos, pagos aplazados...todo lo que apoya una siniestra red de grupos mafiosos con los que se sigue haciendo la vista gorda. EN UN MUNDO LIBRE...nos pone delante la cara más maloliente del fenómeno y nos obliga a aspirar su aroma. No queda más remedio que ceder ante la embestida, al final este amor hacia los pobres nos cautiva y nos hace preguntas que nos asusta responder.

Su ardorosa batalla matiza su aspecto panfletario, los personajes tienen entidad, no se incide en los tópicos y se aligera el tufillo maniqueo y simplista de algunas de sus películas. Con una gramática a veces enfática, siempre funcional, la cámara-ojo del británico cuestiona desde la desnudez formal los maquiavélicos entresijos de su propio país, sin ornamentos, directo y cáustico, como siempre. He visto a un Loach más comedido que otras veces, su didactismo no me chirría, no me da pereza su postura radical, su entrega absoluta a la causa perdida. En simbiosis creativa con su alter ego Paul Laverty, autor del libreto, EN UN MUNDO LIBRE...ofrece un valiente y firme alegato en contra de la explotación laboral -que se traduce en deshumanización- desde la honestidad, la lucidez y un incombustible idealismo. Algo que siempre agradeceré a ambos.

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