26/3/08

AL OTRO LADO: cruzando el puente

Confieso no haberme asomado a la obra anterior de Fatih Akin, aunque cumpliré obligada penitencia tras gozar -en los cinco sentidos físicos del término- de esta hermosa, escalofriante, dolorida AL OTRO LADO. Su última y laureada obra de arte tejida con jirones de una realidad compleja, poliédrica, desoladora, que el director convierte en un generoso canto de amor hecho cine.

Nos habla en susurros esta película estimulante, nos va contagiando su vitalismo cadencioso, la riqueza de su armazón simbólico, la entusiasta elocuencia de sus paisajes, la herida sangrante de unas emociones que hacemos nuestras. Akin elabora un puzzle narrativo que va montando con el delicado pulso de un orfebre. Estas vidas cruzadas con aromas del Bósforo siembran su recorrido de estupor y liberación, de tolerancia y hermandad, de encuentros marcados por el fatalismo, de redenciones logradas con la sagrada llama de los afectos. El resultado proporciona un chute insólito de esperanza, su belleza nos reconcilia con la vida y alumbra rincones de nosotros mismos que apenas intuíamos.

La sabiduría del director presenta personajes cuya carnalidad fluye desnuda a través del cauce cultural que los define. Son seres tocados por la soledad, la culpa, el arrepentimiento, el consuelo, el perdón, por todo aquéllo que los humaniza y los hace tangibles, de una cercanía abrumadora. Y Akin les da cuerpo y voz y alma en mitad de unas coordenadas geográficas, entendemos la densidad de sus pasiones a través de su forzoso viaje de ida y vuelta, captamos la fragilidad de lazos de unión perfilados con la fuerza magnética de las raíces. El paisaje turco-germano salpica con su exótico verismo de postal entornos emocionales intensos, igualmente gozosos. Las madres, las hijas, el padre y el hijo que entrelazan sus destinos se mueven con el peso brutal de sus dolores respectivos, una carga asfixiante para la que siempre se hallará alivio. Es sobrecogedora la profundidad de un relato tan sugerente, todavía me estremezco recordando uno de los planos finales más tiernos, elegantes, arrebatadores del cine moderno. Un plano de cierre -de diseño casi pictórico- que deja sueltos todos los flecos de este tapiz exquisito para que el espectador los reconstruya. Invoca esta imagen sabrosa y pesquera la inteligencia del espectador, incapaz de reponerse del hechizo cuando aparecen los créditos.

AL OTRO LADO tiende sus invisibles puentes entre dos civilizaciones que el director muestra con pletórica veneración. Akin asume y explota el valor de una nacionalidad doble, y así nos lo transmite, se siente orgulloso, nunca juzga ni condena a quienes sintieron la necesidad de exiliarse. La suya es una perspectiva multicultural que va más allá, enunciando grandes conceptos, es el ángulo ambicioso de un emigrante que elabora con sus historias mínimas un discurso pleno, ardoroso, de una integridad ética demoledora. Pero no alcanza esta postura la peligrosa pretenciosidad de otros cineastas menos dotados. La película es un portento de sensatez, un sentido tributo a la propia idiosincrasia, a las nacionalidades que no saben de fronteras definidas. La misma génesis de la obra como parte de una trilogía conceptual confiere a la trama fragmentaria una unidad superior. Y se percibe a lo largo del nutrido metraje, a través de los recovecos inauditos que van revelándose, de los pliegues que se deshacen para unir a personas y ciudades en sutil simbiosis. Es así como el relato alza el vuelo, liberando su carga idealista tan poderosa. Pero nada huele a postizo, todo sigue el curso marcado sin atisbo alguno de artificio, sin hacernos dudar de los sentimientos plasmados. El autor de CONTRA LA PARED deja que vayamos descubriendo su entramado con nostálgica serenidad, en un guión imperfecto pero de fascinante nivel artístico. Su oficio le brinda los recursos con los que trazar la arquitectura de un tiempo convulso y unos seres humanos a la deriva. Y el resultado es la más alentadora y descarnada elegía hacia esas almas errantes en busca del ansiado equilibrio personal.

Este material narrativo alcanza así gran hondura metafórica, y el conjunto final deja el sabor agridulce de un cuento triste y lastimoso arropado con el calor de su propia grandeza. Akin rueda las secuencias con precisión y un soberbio dominio del ritmo. Su caligrafía es de una musicalidad que embelesa, nada enfática. Hace de la cámara el testigo mudo de tanta desolación angustiosa, sin darse a notar, permitiendo que estos pedazos de vida broten y lleguen a conmovernos. La colorista banda sonora aporta los sabores y aromas que la imagen pide a gritos. Los actores imprimen con su solvencia el sello de brillantez que pocos obtienen, aunque -lógicamente- quedará para el recuerdo cinéfilo el rostro de Hannah Schygulla. Pocas actrices podrían desnudarse ante un personaje con la entrega, la profesional transparencia de la musa europea. Tardaré en olvidar una escena de calado espiritual, casi mágico. En ella, su personaje, en el delirio de su tormento personal, cree ver el rostro intacto y sonriente de su hija asesinada. Destila la escena tanta hermosura que la emparenta con los grandes nombres del cine religioso europeo, alcanza Akin en este instante un virtuosismo refinado, de pureza ascética que cabe atribuir sólo a los genios.

AL OTRO LADO nos espera la vida, que continúa dejando los caminos abiertos para explorar. Más allá de la muerte azarosa y absurda podemos seguir sintiéndonos vivos, aunque sea en un estado permanente de búsqueda. Esta película nos regala los cimientos de toda una filosofía del humanismo y la interconexión en múltiples niveles, del choque y fusión entre Oriente y Occidente con personajes que deambulan por los dos extremos de esa realidad tan desconcertante como cautivadora. Almas perdidas impulsadas a reconciliarse, a encontrarse al fin. Y, arrastrándonos a hacer con ellos este trayecto de desasosiego y melancolía, no queda más remedio que plegarse ante tanta lucidez.

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