13/3/08

BUDA EXPLOTÓ POR VERGÜENZA: y nos salpicó en la cara

Me vienen a la memoria ahora títulos como OSAMA, LAS TORTUGAS TAMBIÉN VUELAN, NIÑOS DEL CIELO, o ¿DÓNDE ESTÁ LA CASA DE MI AMIGO?, ésta última del tótem del cine iraní, Abbas Kiarostami. En todas ellas, son los niños los protagonistas de historias de superación y madurez en entornos sellados por la devastación y la más vergonzante infamia. Son brillantes muestras de una cinematografía pujante que nos enfrenta con realidades tan incómodas como necesitadas de voces que las proclamen.

La joven directora Hana Makhmalbaf lo tenía fácil. Respirando cine desde pequeña, no extraña que a sus 18 años estrene su ópera prima. BUDA EXPLOTÓ POR VERGÜENZA nace desde una plena identificación personal con lo narrado y la más insolente frescura, propia de la inexperiencia. En ella, contemplamos una poética historia hecha de detalles, con una abrumadora sencillez narrativa y una carga simbólica que surge desde el título mismo. Se nos relata la odisea de una niña de 6 años para comprar un cuaderno que le permita asistir a clase en la escuela de su aldea, perdida en un árido rincón de Afganistán. A su corta edad, descubrirá el sentido de la responsabilidad, los primeros obstáculos que la vida le obliga a superar y el miedo más doloroso disfrazado de inocente juego infantil. Me impresionó la facilidad de una anécdota tan minúscula para atrapar la atención y verter su espíritu crítico aún rozando un peligroso dogmatismo. Vemos una narración clara y luminosa que se nutre de secuencias costumbristas para situar a su personaje central y elaborar un obvio mensaje antibelicista. La directora no oculta su intención aleccionadora, pero se sirve de una niña para convertir su viaje emocional en una bella parábola donde nada se dice en voz alta, donde la soflama se sustituye por un cuento, eso sí, terrorífico, un cuento con niños aunque no para niños. La pequeña Baktay nos seduce con su ternura y la tenacidad de su deseo. Su ilusión es aprender historias, y esto no es negociable. Su aventura se convierte casi en una hazaña donde los adultos le pondrán mil trabas hasta conocer las mieles del ambiente escolar, aunque pronto sea expulsada. Este sueño acariciado se trunca con la aparición de un grupo de niños que asedian a Baktay y juegan a la guerra con ella. Es aquí cuando el trasfondo ético de la película alza el vuelo. Los niños simulan ser discípulos talibanes -o quizá americanos- que la atacan por ser la encarnación del malvado enemigo que dinamita su nación, y porque representa con su cuaderno el progresismo más deleznable, el que asoma desde Occidente.

Aunque traza con línea gruesa su metafórico discurso, es digno de elogio el poder cautivador de la preciosa niña protagonista -Nikbakht Noruz- como foco de una crueldad que los jóvenes asimilan en su entorno. Ellos se limitan a emular una violencia cotidiana, a implantar el terror que ha cercenado su infancia, a jugar a ser adultos desde la humillación y el abuso de poder. La cámara de Makhmalbaf sigue a Baktay en su valiente recorrido, capta en su rostro los gestos más sinceros que una actriz puede ofrecer, nos hace participar de su angustiosa entrada en la vida adulta -la ausencia de la madre es reveladora-. Se convierte así en una heroína involuntaria destinada a luchar contra opresiones varias -me enamoró el plano en que llora desconsolada por no encontrar una silla libre en la escuela; o en el que ve apenada cómo se rompen los huevos que iba a vender; o en el que, oculta la cara con una bolsa de papel, es metida en una zanja por sus jóvenes secuestradores-. Desde la primera secuencia en la cueva hasta su simbólica caída final en el campo de trigo, su peripecia se hace épica, y la directora lo transmite con cariño y delicadeza.

Con un extremo naturalismo -favorecido por el vídeo digital-, la película plasma su realidad sin adornarla. Abundan los primeros planos y los planos-secuencia, pero no se abusa de su valor contemplativo, son recursos que apoyan la progresión narrativa. Esta planificación básica, directa, algo pedestre en ocasiones, exprime el potencial fotográfico de la luz natural para dibujar el paisaje y despierta nuestra emoción más pura, nacida desde lo más honroso de nuestro ánimo. La historia de la niña que desea aprender comprime tanta humildad, es tan diáfana y tan aplastante a la vez que perdonamos la pobreza y tosquedad de su puesta en escena. Es, en todos los sentidos, digna del mejor Kiarostami. Una nueva propuesta de cine humanista y pletórico de vida, carne de festivales y de modesto alcance. Un cine que investiga un lenguaje poético y extrae belleza del horror. Un cine necesario por ser testigo de las atrocidades que muchos siguen cometiendo, por enseñarnos desde las entrañas verdades bochornosas, por escupírnoslas a la cara, por usar como únicas armas el compromiso y la honestidad.

BUDA EXPLOTÓ POR VERGÜENZA. La estatua que se levanta como estandarte de la personalidad de todo un pueblo es demolida. Es el signo de la vileza, de la agonía histórica que encadena a esta gente a una eterna ocupación. Es el símbolo de su libertad secuestrada. La dulce y emprendedora Baktay conocerá el lado más siniestro del mundo, su lugar como ingenua víctima de un macabro destino. Pero creerá que es tan sólo un juego.

No hay comentarios: