25/3/08

THIS IS ENGLAND: orgullo nacional

El cine británico sigue dejándose ver cada cierto tiempo, y sigue enarbolando su arma más golosa y rentable: la temática social. Habla de las clases más humildes, de sus conflictos, su lucha cotidiana con un presente amargo, su falta de esperanza en que nada prospere. Y con mucha astucia nos envuelven el discurso -más o menos virulento- con excusas narrativas curiosas, brillantes incluso. Padres que matarían por comprarle el traje de comunión a su hija, alcohólicos deslenguados que se salvan del naufragio con milagrosa dignidad, hijas adoptivas en busca de su madre biológica, jóvenes adictos al caballo, desemplados strippers o chicos que prefieren la danza al boxeo. Pequeñas anécdotas que ensanchan sus contornos diciendo más de lo que parecen decir. Son la radiografía de un país y su tiempo.

Pero a veces su propuesta no trasciende más allá de una anécdota vibrante. Creo que es así con THIS IS ENGLAND, nueva dentellada de Shane Meadows con aspiraciones revulsivas, otro botón de muestra en una industria sólida que escruta las miserias nacionales y las sirve sin condimentos. Ahora se encuadra en el castrante régimen thatcherista, resaltando de paso el carisma de una década de agitación, de revoluciones y excesos. Los años 80 estamparon su sello transgresor en muchos ámbitos, y acentuaron fervores nacionales que a veces derivaron en actitudes deplorables. La ola skinhead terminó desvirtuando los valores históricos que la sustentaban y se convirtió en el recurso violento de ciertos jóvenes para manifestar su repulsa a un sistema en el que no encajaban.

Meadows nos cuenta una experiencia reveladora, la del joven Shaun, quien conocerá desde dentro las contradicciones y sinsabores de este movimiento urbano en su pequeño pueblo. Su historia es la del despertar a la vida adulta, la de una justa necesidad de pertenecencia a un grupo, de integración en un círculo de amigos que le hagan olvidar el dolor, la desorientación, la culpa por pecados ajenos. La película arranca con pulso, matizando con pinceladas la rutina del impulsivo joven -encarnado con desarmante frescura por Thomas Turgoose-, pero desinfla el vigor de su propuesta a medida que avanza. Tras una primera parte enérgica que dibuja con verosimilitud un paisaje mil veces visto, el material narrativo deriva en el esquematismo y un final errático con el regusto amargo de algo incompleto. Buen acercamiento del británico a unas heridas aún sin cicatrizar, aunque su visión no llega al sobresaliente.

Sin embargo, tiene gancho este relato de inocencia mutilada por la sucia realidad. Si los yanquis nos han inyectado en vena sus fantasmas bélicos fustigándonos con un cine que glorificaba una guerra absurda, toca ahora el turno a los ingleses. Su actuación en las Malvinas giró a terrenos del sinsentido bajo divino mandato de la dama de hierro, y el padre de Shaun fue una de las víctimas. La película lo enuncia en las escenas más habladas e intensas, a través del skin radical que sale de prisión para seguir liderando al grupo. Es el personaje catalizador que provocará rencillas y empujará al protagonista a una abrupta madurez. Su aparición traza la línea que inaugura una segunda parte más convencional y de ritmo irregular. Es aquí cuando las sombras oscurecen el vitalista tramo inicial -con deliciosa banda sonora-, surgen aquí las tinieblas de fanatismo y brutalidad que intuíamos y que ese personaje otorga. Pero creo que el guión se queda corto al definir sus impulsos, no se alcanza la identificación plena con un individuo atormentado y más visceral que ninguno, aunque el director intente humanizar la vehemencia de sus principios, darle entidad a posturas tan extremistas. En ese sentido, se pretende provocar el impacto con escenas más estridentes que sutiles, con un mensaje que se torna un poco más grueso, aunque efectivo.

A Meadows le sobran ímpetu, naturalidad, atrevimiento. Pero también hay que añadir que carece del toque maestro para rematar su faena. THIS IS ENGLAND es consciente de su condición realista, de su poder testimonial de un momento y un lugar. Explota para ello los matices grisáceos de paisajes tan británicos con magistrales brochazos de autenticidad. Tampoco esconde un sentido del humor muy típico del cine inglés -las escenas del protagonista con la gótica enamoradiza-, y los diálogos funcionan con credibilidad. El pequeño Shaun se erige así en la humilde voz que pregone desde este apagado rincón del país las verdades como puños. Aunque sea perdiendo su ingenuidad de un plumazo -el plano final encierra un simbolismo obvio, pero emotivo-.Es una pena que el resultado final no alcance las alturas que tanta honestidad concentrada merece.

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