14/3/08

AMERICAN GANGSTER: con aires de grandeza

Mucho se ha comentado sobre las miserias del último Ridley Scott, el más empequeñecido a la sombra de su propio mito, caricatura del cineasta que prometía llegar a ser. La caída libre de este artista iconoclasta convierte su visionaria obra ochentera en lo que hoy es un trabajo plano, rutinario, artesanía no muy fina aunque sin duda esforzada. Los cinéfilos más recalcitrantes no le perdonan que piedras preciosas como LOS DUELISTAS, ALIEN o BLADE RUNNER queden en la prehistoria de su talento, ahora incapaz de superarse con engendros huecos, impersonales, aparatosos y faltos de vigor. Un cine innecesario que a veces llega a lo grotesco.

Iba a ver su nueva criatura con pocas expectativas, pero tengo que decir que AMERICAN GANGSTER nos ofrece a un Scott más vibrante y sólido de lo que esperaba. Con una potente puesta en escena y un lenguaje narrativo que se nutre de un género muy tipificado, el resultado es más que decente. No brillante, pero decente. Que ya es mucho para un director sin musa y desnortado, que esta vez ha sido astuto. El relato del ascenso y caída del mafioso y traficante más legendario de Nueva York recupera un pulso aletargado, sumando a su perfecta ambientación una definición de personajes cargada de tópicos, pero eficaz. Es obvio que se ha impuesto un nuevo listón y pretende convencernos de su hazaña en cada secuencia. Es su gran película en años. Un respeto.

AMERICAN GANGSTER supera la videoplasticidad de GLADIATOR y el vacío pretencioso de EL REINO DE LOS CIELOS para afrontar otra historia épica, ahora más cool, una versión contemporánea y suburbial del sueño americano visto desde los dos lados de la ley. Apostando por un naturalismo de diseño, el director británico se marca un tenso y condensado recorrido por la vida pública y privada de Frank Lucas. Frente a él, un honesto y algo tosco policía, Richie Roberts, emprende una tenaz cruzada contra el narcotráfico y acabará atrapándole.

Los temas que desarrolla son los de siempre. El bien contra el mal, el choque entre ley y corrupción, entre lealtad y traición; el valor de la familia como motor de la integridad personal; la droga a gran escala como el negocio revelador de una sociedad tumultuosa, de legalidad cuestionable y violencia estandarizada; el triunfo de la ambición en un selfmademan, esta vez negro, y el final de su imperio, caído por la eficacia del aparato policial. Cierto que no aporta nada nuevo a unas fórmulas ya pringosas, que todo huele a déja vu en fondo y forma, que, incluso, acaricia el esquematismo. Me da igual. Le reconozco más logros -aunque templados- que torpezas. La epopeya gangsteril succiona lo más efectista y carismático de títulos clásicos rubricados por los auténticos impulsores de un género mayor en la industria. Asoman por estas calles sórdidas retales de Scorsese, Coppola, De Palma o el primer Friedkin, pero no implantan su grandeza artística, sólo se dejan ver. Scott, chico listo, se concede estos préstamos con la certeza de obtener un caché argumental y estético que le lleve al triunfo. Porque el valor dramático de su relato no trasciende la anécdota prolija y bien contada. Con firmeza y dominio de los recursos técnicos -qué menos-, pero sin pisar los modélicos terrenos que abonaban leyendas como EL PADRINO, SCARFACE, UNO DE LOS NUESTROS, CASINO o, de pasada, THE FRENCH CONNECTION.

Aún así, me engancha este enfático tributo al éxito por encima de las normas, a una época que alimenta con brillos y excesos la nostalgia de los más cinéfilos. Creo que lo único que otorga más aristas a un producto tan calculado es la narración en paralelo de dos vidas no tan opuestas. Scott quiere humanizar a sus arquetípicos bueno y malo, por aquéllo de darle calado al asunto. El mayor distribuidor de heroína del momento que purga su pasado criminal colaborando en la lucha antidroga. El detective que busca escapar de un absorbente círculo de extorsiones y chantajes mediante la abogacía. Las dos caras de una misma filosofía vital. Ambos actúan con un innegociable sentido de fidelidad a unos códigos éticos, jamás los traicionan, aunque peligren sus lazos familiares -Lucas se enfrenta a su amorosa madre y Roberts rompe su matrimonio-. Hasta el predecible tête à tête final, repasamos sus perlas de moralidad dudosa y casi heroica en entornos donde prevalece una brutal falta de principios. No alcanza este esquema la densidad reformuladora de la magistral HEAT -el más rotundo y estilizado policíaco de los 90-, pero se resuelve con aplomo y agilidad.

AMERICAN GANGSTER es ritmo. Las secuencias alternan a los encorsetados Denzel Washington y Russell Crowe en buen crescendo, todo fluye con dinamismo y contadas dosis de adrenalina. Es una obra complaciente y poco arriesgada, pero enérgica. No fascina, pero saca provecho de un montaje afilado y un expresivo uso de la luz. Su director explota la suciedad y acritud de espacios abiertos, juega con las sombras en interiores y mueve la cámara con elegancia. El conjunto es un voluntarioso, milimétrico, arrollador y un tanto hinchado retrato personal con ínfulas de radiografía social, un quiero y no puedo ser obra maestra del thriller más realista y pastoso, un compacto aunque mecánico ejercicio que no deslumbra pero regala puro y vibrante entretenimiento. Es un gustazo que el responsable de LA SOMBRA DEL TESTIGO se ha permitido, y nos lo presenta vestido con su estilosa frialdad. Los mitos de ayer pasados por su batidora ambiciosa y rentable.

No he visto una película de autor, pero respiro un poco más tranquilo. No he visto al virtuoso artífice de universos de tinieblas y ambientes espesos que aturdían los sentidos, pero sí a un narrador muy solvente. Espero que el prestigio del antiguo publicista -encallado en los precipicios de la gloriosa THELMA & LOUISE- vaya renaciendo, aunque sea con la copia funcional y resultona de moldes tan relamidos. Algo es algo.

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