6/3/08

PERSÉPOLIS: trazos de dignidad

Es poco frecuente encontrar en la cartelera obras de animación que sumen a sus valores técnicos una inteligente crítica social y política de fondo. Los largos animados que se conciben para un público adulto siempre han tenido su minoritario hueco en el circuito comercial, convirtiéndose en un medio marginado y poco ortodoxo para dejar asomar temáticas y reflexiones propias de la ficción real. PERSÉPOLIS se encuadra en este género, y se erige en uno de los más conmovedores y valientes ejemplos de un cine animado nacido del compromiso y la sinceridad.

Adaptando su propia novela autobiográfica, Satrapi -en dueto con el autor de tebeos Vincent Paronnaud- sintetiza en un apasionante relato en blanco y negro su dramática experiencia como joven víctima del aparato fundamentalista en el Teherán posterior a la era del Sha. Su ópera prima es una edificante reflexión sobre los efectos de un sistema que mutila las libertades y encadena a las mujeres a una inhumana anulación de la personalidad. Pero su mérito, el deslumbrante valor de esta joya, reside en una clara honestidad expositiva, en su absoluta falta de manipulación al trasladar el contenido político, en una lograda huida del peligroso maniqueísmo. Es una historia dura, un escalofriante trayecto desde la opresión a la soñada libertad, hecho sin fáciles apologías. El dramatismo que llena las vivencias de la protagonista no se refuerza con argucias narrativas, es una historia con suficiente carga emocional como para atraparte desde el inicio. Para no convertir el producto en un panfleto, Satrapi opta por una sencillez desarmante en la narración de sus peripecias, introduciendo toques de humor en mitad de la barbarie y agilizando las secuencias con gran dominio del montaje. En lo visual, predominan un audaz esquematismo en los dibujos y una escala cromática mínima, lo que ofrece un acabado final naif -ingenuamente infantil- marcado por la naturalidad en el trazo y la rotundidad de los contornos.

Pienso que la frescura y la hondura emocional que visten todo el relato surgen de la propia implicación de la directora con un material que nadie más podía abordar. Lo espinoso y denigrante del fresco sociopolítico se transforma en un hermoso y sugerente cuento, en un tebeo en movimiento con unos actores dibujados que nos seducen por su imperfección, y porque desprenden entusiasmo desde su elemental linealidad. No son Pixar ni Disney ni Dreamworks las creadoras de estos elocuentes trazos, no se alcanza -ni se pretende- el virtuosismo, no se busca el efectismo gráfico. La autora sabe que lo importante es lo que desea contar. Lo valioso es su propia vida. Sobrevuela en la película un evidente espíritu combativo que no se oculta, aunque en ningún momento se quiere adoctrinar desde el ejemplo. Hay fragmentos de mayor contenido didáctico, pero cumplen una función de continuidad narrativa antes que una lección de moralidad. Ni ella es -ni ha sido- una niña modélica ni su familia practica el victimismo barato. Son quienes son en una coyuntura brutal que les impide vivir como personas libres, pero no se incendian las cómodas conciencias occidentales ni se dogmatiza. Nunca. Esa es la riqueza y complejidad de PERSÉPOLIS.

Me gustó esa plena identificación con una niña de espíritu curioso que, desde su inmadurez, nos va regalando muestras continuas de autonomía y precocidad. Esa niña esboza el sueño de muchas iraníes destinadas a respirar el horror como si de una maldición se tratara. Satrapi ha ficcionado sus íntimos fantasmas, su hirviente pasado, su astucia y fortuna para sortear el fanatismo irracional y descubrir un futuro alentador. Y, al hacerlo, su pequeña Marjane descolorida nos habla de un pueblo anclado en las más grotescas tradiciones, nos muestra que desde los abismos de la represión puede vislumbrarse algún resquicio de la ansiada libertad, nos enuncia con elegancia y humildad la vigencia de unos valores que sólo promueven abyección, guerras, muerte. Su forzado viaje a la avanzada Europa es el punto de catarsis por el que la despierta adolescente abre aún más sus ojos. Allí conoce la emancipación que se le niega en su tierra, pero también el desprecio hacia todo lo que ella representa, hacia esa idiosincrasia tan difícil de extirpar, la misma que le hará regresar a su país. La intuición de la directora ha obviado meter el dedo en esta llaga, no le interesa denunciar la xenofobia fruto de prejuicios, su objetivo va más allá. Quiere -y lo consigue- hacer un homenaje a los suyos, un sutil y enternecedor canto de esperanza, casi una elegía de amor a sus raíces.

Me reí en muchos pasajes de PERSÉPOLIS. Me cautivaron esos atrevidos brochazos con los que se aliviaba el peso trágico de la historia, gracias a unos personajes -la abuela progre es genial- y unos aciertos narrativos -su descubrimiento de la música americana en mitad del terror- deliciosos. Pero eran sonrisas que revestían la constante aflicción de tener siempre una certeza: no es una viñeta inventada para entretener. Son el resultado más gozoso y brillante de una lucha personal, la prueba artística con la que su autora testimonia el poder que todos encerramos para conquistar territorios de nobleza y dignidad.

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