27/3/08

AHLAAM: la vida aniquilada

La escena final de esta película estremecedora ofrece en segundos el bálsamo poético que necesitamos para apaciguar la sobredosis de horror bebido a chorros. Es un instante breve, apenas sugerido en el rostro enajenado de la joven protagonista. El encuentro abrupto con la muerte la va a liberar al fin, clavando de paso la pureza acuática de su mirada en nuestro cerebro atónito. Es el cierre más clemente para ella, confinándola al espacio donde recalarán todos los demás cuando su calvario acabe. Sólo si acaba. Un broche rotundo que permite tomar ese golpe de aliento denegado en dos horas de función macabra.

Porque, aunque ella haya podido escapar, aún nos ahoga el hedor a muerte, cuyo rostro afilado se empeña en acompañarnos mucho tiempo después de abandonar la sala. Supongo que la naturaleza misma del proyecto convierte a AHLAAM en una de esas experiencias audiovisuales que trascienden un análisis convencional. El director iraquí Mohamed Al-Daradji ha pormenorizado la odisea real que el terrible rodaje supuso para el equipo, algo que nadie pondrá en duda mirando estas imágenes dolorosas. Habrá que calificar el intento, al menos, de respetable. Más allá de su apariencia de documento vivo y los evidentes debilidades de algunas soluciones narrativas, empaña nuestra aproximación la angustiante certeza de estar ante hechos que realmente ocurrieron ante la cámara. Pero no es una realidad hecha ficción con herramientas propias del cine de filiación realista -cuyos códigos lingüísticos acaban mutando a veces la espontaneidad en vacuo efectismo-. Sabemos que estas atrocidades tenían lugar durante la grabación, Al-Daradji plantó su objetivo en mitad de una Bagdad moribunda y pudo registrar los estertores desde el campo de batalla. Es un cine-vida que asesta uno de los mazazos más brutales que se pueden recibir en algo tan inocuo como una sala de cine, un efecto estomagante quizá deudor del mejor Rossellini, el maestro que en su día -aciago para el devenir histórico, bendito para los cinéfilos- describiera la carnaza bélica desde la tripa misma para hacerla poesía indeleble.

Hacía falta algo como AHLAAM en una cartelera enferma. Es una obra más que necesaria, es imprescindible no sólo para aportar picos de lucidez en medio de la mediocridad. También para revelarnos desde su radical imperfección esos sombríos esquinazos que los medios de comunicación son incapaces de mostrar. El conflicto bélico más sangrante del siglo XXI invadió nuestra plácida rutina en

masivas dosis informativas, adhiriéndonos desde el principio a la causa de estas pobres cobayas del destino. Pero nunca habíamos escuchado la voz más elocuente, la que surge desde el abismo desolador. Es el pueblo iraquí el que ahora expresa un tormento asfixiado en su propia náusea, son sus víctimas reales las que gimen y se sobrecogen ante nuestros ojos. Es el turno de los más capacitados para hablar, los deseheredados de una tierra saqueada y vejada. Son aquéllos que hasta ahora sólo eran masa fantasmal y numérica, puro recuento de bajas sin alma.

Cualquier perspectiva yanqui que se estrene en salas comerciales e intente reconstruir este infierno carecerá de la honestidad, la valentía, la ilusión suicida por retratar la crueldad que AHLAAM rebosa. Porque sabemos que la historia cambia si la cuentan los perdedores, y esta película nos dispara en el entrecejo para confirmarlo. Será difícil igualar bombardeos tan atronadores ni escuchar tiroteos tan luminosos. Nunca palparemos así los escombros, no podremos tragar tantas lágrimas como esta obra nos permite. Uno tiene la sensación inútil de observar el espectáculo sin poder evitar las humillaciones, los expolios, las violaciones, toda la pesadilla que despliega sus garras sobre una ciudad borrada. Carece Al-Daradji del virtuosismo técnico y la trascendencia mediática que merecería su grito desgarrador, pero consigue sin esfuerzo asaltar conciencias y exprimirlas con estas vidas rotas, con el dibujo certero y salvaje que sólo un irakí podía hacer.

El director expone los hechos desnudos, tan cortantes como una navaja. Todos los recursos sirven a una puesta en escena naturalista, alejada del artificio que define la creación cinematográfica. La expresividad de AHLAAM reside en su fealdad sin impostura, veraz, desmaquillada. Ni montaje ni iluminación ni apoyos estéticos refinados. La suciedad, el espanto, el caos dantesco eclipsan cualquier atisbo de color. Personajes en carne viva por actores que no lo son, figuras que emergen de las ruinas físicas y mentales para azotarnos con su desconcierto. El valor artístico de una película como ésta brota de su impacto dramático, con secuencias a veces inconexas, delirantes incluso, pero siempre demoledoras. La anécdota desarrollada en el largo flashback articula un guión demacrado que no termina de precisar ciertos puntos, aunque al final asimilemos esa flaqueza como parte de un todo cuyo alcance reflexivo lo engrandece. Y, de paso, a nosotros.

Hace falta un cine visceral como el que Al-Daradji nos ofrece. Cine parido con la agónica sinceridad de un exiliado, alguien que huye de la barbarie y vuelve con enérgico impulso para divulgarla. Es el testimonio del genocidio que quiebra esperanzas, de la sinrazón que aniquila cualquier esbozo de futuro. Sólo desde este lado de la guerra podía esgrimirse una denuncia sin concesiones al melodrama. La obra escruta con vocación televisiva la desgracia ajena en el escenario mismo de la contienda. Y lo hace extendiendo una capa de lirismo sobre instintos tan bajos, es la poética del terror que nos conmueve y subleva. AHLAAM nos lanza un estimulante dardo envenenado con verdades espesas, apestosas, espeluznantes. Una furiosa crítica contra poderes que rebasan los límites de la lógica. Una épica de la derrota en decorados de ceniza que todavía hoy sangran. Es, en fin, un gratificante, liberador homenaje a corazón abierto hacia esta gente oprimida, conducida a una locura que nada podrá mitigar.

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