
El éxito arrollador del original literario auguraba otro tanto a nivel cinematográfico. COMETAS E

No es que Marc Forster sea Spielberg, cierto, pero parece ser su discípulo más aplicado. De hecho, los créditos del film amenazan con el rótulo mayestático de Dreamwork

El regalo que nos hacen oculta un intensísimo y preciosista viaje al pasado, contando en flashback la amis
El punto de partida es prometedor, ya que tal empacho de sucesos se ajusta a un clasicismo de buena digestión, pero acaba acusando la falta de un alcance crítico que supongo estará en la novela. La trama argumental condensa acciones, espacios y tiempos con oficio de artesano, con un frío virtuosismo que evita pringarse en el fango y hace rutinario y mecánico lo que pretende ser descarnado y atroz. El director de origen suizo abrillanta tanto el producto, da tanto lustre a los sentimientos que, al final, nos perdemos en una escenografía emocional vacía, aséptica, de tarjeta posta

Viendo la película, tuve la sensación de un cierto desencanto. Con un relato tan potente, con unos paisajes físicos y espirituales tan fascinantes, el equipo artístico de Forster ha banalizado lo que prometía ser espinoso y edificante. Los personajes no escapan a un esquematismo grueso, y, salvo el ecuánime padre de Amir -encarnación de un islamismo progresista y moderado-, carecen de profundidad y carisma. Ni siquiera el atribulado protagonista logra filtrar su tormento interior por un rostro sin fuerza expresiva, lo que acentúa la insipidez global. Me quedo con la poderosa y elocuente presencia de Hassan, interpretado con auténtico vitalismo por el niño Ahmad Khan Mahmoodzada. Sólo él logra dotar de aliento y verdad a unas figuras llenas de clichés, epidérmicas, comparsas en un espectáculo que quiere arrebatar con toques de fábula colorista y sólo logra entretener en sus dos esmeradas horas.

El problema de esta bendita hija de la maquinaria de Hollywood es que consigue disfrazar con un argumento serio y pretencioso su arquetípica mercancía para ganarse al respetable menos respetable. Perfila así una aleccionadora y algo maniquea narración que intenta, en todo momento, decirnos lo profundo de su mensaje, hacer notar su solidario espíritu, su visión concienciada -pero superficial- de un tiempo histórico y un lugar perdido en abismos de horror e indignidad. Por eso, me parecen estomagantes su manipulación sentimental -la más perniciosa-; su débil discurso político; su torpe derivación hacia los tópicos telefílmicos más predecibles; su tosco moralismo en diálogos a veces forzados; y, sobre todo, la grave autocensura de lo más tenebroso y apasionante de la historia -sobre todo la escena clave entre los niños- para garantizar su distribución. Una historia asfixiada de luz y necesitada de toda una gama de sombras que enriquezcan las reacciones de los personajes y, de paso, la nuestra

¿Qué hubiera hecho con tan sustancioso material un director ajeno a la industria? ¿Podría ahondar en una relación marcada por la deshonra? ¿Daría volumen psicológico y ético a un cuento con tantos flecos? ¿Podría transformar este plato astutamente precocinado en un canto a la vida lleno de lirismo y autenticidad? Seguro que sí.
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