
Ang Lee nos entrega su pasión a fuego lento, con una melancólica cadencia, sofocada, de elegante musicalidad. Es la suya una obra orgánica, pretende -no siempre logra- que saboreemos cada segundo de estos impulsos vívidos, que absorbamos el misterio que alimenta el relato. Un relato pletórico en detalles, hermoso, doliente. Pero es también un relato distante, de contenida incandescencia, con pulsiones encendidas incapaces de abrasar. Nos adentramos así en los procelosos fangos de una adicción entre dos seres que se engañan mutuamente.
El enigmático señor Yee y la idealista Wong Chia Chi -articulados con el talento y sensualidad de Tony Leung y Wei Tang- se refugiarán en la mentira, o en las verdades ocultas que las circunstancias obligan a asumir. El entorno y las respectivas responsabilidades definen su relación de manera tempestuosa, incendiada, brutal, con encuentros clandestinos donde aflora la enemistad más cruel y afilada, la que se disfraza de placer. Pocas veces se ha visto el sexo tan carnal, escenificado sin el recato que se le supone a su autor -constatado en su obra anterior, BROKEBACK MOUNTAIN, refinada pieza sentimental que esquivaba la visualización de la intimidad física de los vaqueros-. Son los planos más violentos, perturbadores y magnéticos, los instantes en los que se condensa la advertencia del título, envolviendo en sedosas telas de ansiedad los síntomas solapados de su destrucción mutua -deseo, peligro-.
La película bascula entre los códigos de un thriller de tintes políticos y el drama clásico, imbricando los elementos de ambos sin que el guión se decante por ninguno. Su largo, denso, colorista metraje despliega el arsenal dramático con saltos temporales y un ritmo irregular, aunque el conjunto termine equilibrando las luchas internas que nos guiarán por el suspense con las esporádicas escaramuzas de los amantes. Lee regala un fragante, asfixiado, espeso recorrido por estos senderos que se interconectan, por un paisaje enfermizo con seres humanos arrastrados a obedecer su vo
luntad, a materializar quimeras sociales -el tramo conspirador del argumento- y personales -los furtivos orgasmos de los amantes-. Es una obra que traza una aterciopelada simbiosis entre descripción histórica y erotismo, entre vigor reflexivo y sutileza psicológica, reflejando en ambos extremos los límites difusos que pueden saltarse para lograr aquéllo que nos consume.
La obra contiene uno de los finales que mayor desasosiego podría transmitir a la historia, un final derrotado, sin concesiones, con el abismo entre los amantes abriéndose cada vez más, con la garantía de que sus vidas quedan escindidas para siempre. Hasta entonces, DESEO, PELIGRO construye la atmósfera irreal, fascinante que embota nuestros sentidos e impide a veces que la identificación con estos personajes heridos sea plena. Aún así, sobran los recursos
artísticos explotados por Ang Lee para revestir su esmerado tejido emocional y seducirnos, para que este paisaje vulnerable, ardoroso, visceral quede en el recuerdo.
La obra contiene uno de los finales que mayor desasosiego podría transmitir a la historia, un final derrotado, sin concesiones, con el abismo entre los amantes abriéndose cada vez más, con la garantía de que sus vidas quedan escindidas para siempre. Hasta entonces, DESEO, PELIGRO construye la atmósfera irreal, fascinante que embota nuestros sentidos e impide a veces que la identificación con estos personajes heridos sea plena. Aún así, sobran los recursos
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