18/12/08

CUANDO ELLA ME ENCONTRÓ: la madre pródiga

La alternativa que el cine independiente viene ofreciendo frente a los productos de consumo masivo empieza a perder el fuelle que lo impulsaba. Dicen que el acomodo recurrente a ciertos esquemas logra el efecto opuesto, en este caso un ligero aroma de diseño desde lo minúsculo. La válvula con la que aliviar los flujos de creatividad de ciertos guionistas es rentable dentro de unos límites narrativos y estéticos calibrados al detalle, tanto que quizá queden reveladas las intenciones demasiado pronto. No obstante hay títulos cuya eficaz sentido de la cercanía desinfla cualquier intento de menosprecio. Son los discretos pellizcos de vida, perfiles irónicos, compasivos, tiernos o despiadados de vidas tan anónimas como las nuestras, igualmente llenas de dolor y esperanza. Era el viento que agitaba sólidos retratos como los de COSAS QUE PERDIMOS EN EL FUEGO (Susanne Bier, 2007) o LA FAMILIA SAVAGES (Tamara Jenkins, 2007).

La paleta emocional servida mediante esos mordiscos a lo real encuentra el calor del espectador, plenamente identificado con un catálogo de asuntos no por distantes menos tangibles. Helen Hunt, actriz nunca decorada con galones de estrella del orbe mediático, se bautiza en lides de cineasta, y se sirve de la fórmula garante del mínimo respeto hacia el debutante. Su historia nos habla de algo tan complejo, tan atrayente como las relaciones adultas, ésas que de súbito surgen entre una hija adoptada y su madre biológica, pero también las que brotan entre un hombre y una mujer al borde de los cuarenta, edad de riesgos, lastres, ilusiones agazapadas. No se resbala la directora hacia arcenes de tipismo, y eso que el material se presta al manoseo en temas y su partitura dramática. Todo lo contrario. Esta película dosifica con mimo el argumento que tiene entre manos, se aleja de la batería de clichés que infecta la comedia romántica yanqui y logra encauzar los diálogos hacia el giro sorprendente a la búsqueda de nuestra complicidad.

Aún escondida en esa calculada frescura de tono tan propia de los primerizos, Hunt no es ni pretende ser moderna. En su huida del sendero habitual recorrido por la industria palomitera no hace sino puntear el grueso de la narración con brochazos de humor, los suficientes para aliviar una puesta al día de encrucijadas vitales ancestrales como el amor mismo, cauce y causa de instintos, pasiones, deslices y reacciones humanísimas, carnales, tan ilógicas como comprensibles. Su historia de adultos en el quicio de una nueva etapa de madurez atrapa por sencillez de costuras, pese a cierta deriva en el guión, que a veces bascula entre dos tierras sin afianzarse en una concreta, con nuestro lógico desconcierto. Una vez perfilada la personalidad, Hunt se descubre cómoda tras la cámara, tanto como delante de ella, en un despliegue de buen oficio, calibrado no para asestar golpes a la taquilla, sino como medio escueto y directo de seducción.

Y deja fluir a sus personajes amables con ajustadas pinceladas de dolor, sin propasarse y convertir desde el énfasis los resortes dramáticos en puro espectáculo sensiblero. Las vidas adultas van articulando un contenido panorama de la frustración y el deseo, nunca víctima de subrayados ni malas artes. A fuerza de ser incisivos, podríamos achacarle cierto regusto por los tics propios del cine off Hollywood, tanto en la excéntrica reunión de desnortados de la vida como en los mimbres visuales que vehiculan un paisaje a veces esperanzado, a ratos patético hasta el complaciente -sin chirridos- final. Sería poco reproche a un ejercicio honesto de cine enfocado al dibujo de personajes, arma habitual de esa corriente indie a la que importantes estrellas no dudan en adscribirse. Aquí, junto a la directora, desfilan unos siempre ajustados Colin Firth y -una debilidad personal- Bette Midler, cuya ración de talento se revela tan enorme como los aires de intimidad que recorren las venas de esta simpático encuentro familiar.

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