19/1/09

UNA FAMILIA CON CLASE: juego de máscaras

Siempre es un placer recuperar el gesto elegante de Kristin Scott-Thomas, ese aire refinado que imprime a cada personaje que afronta. Sortea la británica los obstáculos propios de cualquier registro y amolda su savoir faire al exceso del drama o las acrobacias del humor. Su trayectoria, sembrada de altas muestras de talento, la confirma como la gran dama del cine que es. Tan inteligente que se atreve a rodar en francés y rasgarnos el ánimo en un film de fuste como HACE MUCHO QUE TE QUIERO (Philipe Claudel, 2008), posible candidatura al Oscar incluida. Pero parece querer demostrar en esta nueva entrega de los célebres estudios Ealing que está ampliamente dotada para la comedia, género al que ya pudo asomarse y cuyo infalible mecanismo vuelve a exprimir su vena menos intensa para regusto nuestro.
La Scott-Thomas es la matriarca de la familia en cuestión, una arquetípica muestra del rancio abolengo inglés caída en la miseria pero empeñada en mantener las postizas apariencias. Nada nuevo, a decir verdad, dentro de un género que tantas veces nos ha hecho respirar las fragantes campiñas alfombradas de hipocresía y mucha flema. Sin disimulos intenta esta película -menor, si se quiere- captar las esencias del humor clásico, próximo a un vodevil chorreante de autoparodia, que aquí basa su eficacia en un simpático análisis de las convenciones sociales de los años 20, con la insalvable colisión entre la rigidez british y la disoluta vitalidad del yanqui, rellenada por Jessica Biel de turgencias y morritos apetentes. Stephan Elliott demuestra agilidad, maneja con oficio los códigos de una farsa gamberra punteada de ironía, sujeta en todo momento a una ortodoxia narrativa y un decoro en los modos que sitúa al film en ese honroso estante de los simplemente correctos. Es preferible a veces este cine facturado desde lo pequeño, desnudo de pretensiones más allá de su funcional apego a fórmulas de comicidad más que probadas. No defraudan porque no aspiran a algo distino de la diversión frugal y siempre amable. Y uno de los pilares para sostener engranajes lindantes con la caricatura suele ser la ajustada sucesión de escenas por las que ir repartiendo la batería de encuentros y desencuentros, evitando alargarlas, llenándolas de puntiagudos diálogos -otros más facilones- y un espíritu que deja los complejos en la cuneta. La gran mascarada espolvoreada de sarcasmo, la crítica ácida a viejas e insanas costumbres del país logra, con una enorme actriz y su séquito de miradas cómplices, dibujar una sonrisa en nuestra cara.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Kristin se atreve con lo que le echen! Drama, comedia, teatro... lastima que en Hollywood la hayan (casi) olvidado!