6/2/09

LA TETA ASUSTADA: miedo, silencio y tubérculos vaginales

Detrás de la pirotecnia y el taquillazo brota un cine tímido, facturado a lo minúsculo, que con pudor mete cabeza entre los mamotretos de temporada y, si hay fortuna, logra bañarse en elogios imprevistos. Desde Latinoamérica aterrizan títulos apreciables que arañan vidas anónimas y les otorgan voz artística. Son historias casi siempre mínimas, no tanto en el vigor de sus trazos humanos (en este sentido suelen ser grandiosas) como en la parquedad de su caligrafía. El poco sugerente título de LA TETA ASUSTADA oculta un intento por arrimarse a esa senda de cine "de verdad", apostado en un naturalismo estético en justa correspondencia con la peculiar excusa dramática que lo sustenta.

Claudia Llosa -familia de casta, nos dice el apellido- revisita el universo legendario de su Perú natal y ofrece ración cargada de costumbrismo, realismo mágico y mitología empaquetada a la búsqueda de ese sello de autenticidad. Consigue adentrarnos en un entorno de fábula rural ribeteada con toques de acervo cultural pero no logra escarbar en las emociones que una historia tan trágica podría suscitar. Es una película hermética, sembrada de simbólicas referencias ajenas por completo al espectador medio que por estos lares pudiese valorar el film. La estela metafórica abierta en el triste cuento de la chica enferma deja poso en los dos ángulos por los que afrontarlo: como el relato anecdótico de una joven de gesto lacónico y mirada perdida que se autoafirma frente al mundo "protegiéndose" la vagina frente al acoso masculino. O en su dimensión antropológica, valiéndose del punto de partida para asomarse al peso de las tradiciones, la memoria afectiva, la losa de un pasado de terror cayendo sobre los hombros y una cierta mirada oscurantista, de amplio raigambre popular, sobre el mundo.

En esa escisión entre lo ancestral y lo contemporáneo, entre lo íntimo y lo familiar, entre lo telúrico y lo espiritual, cuyos flecos de contacto son al menos cuestionados, reside el interés y también el desconcierto de esta pequeña obra. El tono lánguido, casi asfixiado, la distensión dramática y los apuntes localistas no permiten extender las vetas de lirismo con las que la directora se empeña en minar el relato. Pudiera funcionar -a ratos- como alegoría sobre los miedos reconvertidos en muros de silencio y soledad. Tal vez transmita un melancólico apego a una sociedad que no es la de este mundo capitalista y demencial, sino otra movida por impulsos viscerales, misteriosos, tan inexplicables con palabras que sólo una cosmovisión al estilo García Márquez podría acercar su supuesto hechizo. Pero el conjunto se antoja insuficiente. Los recodos de una narrativa desnuda y sin alardes no logran reavivarlo, hacerlo estimulante y luminoso, palpable, cercano.

No hay comentarios: