6/2/09

R.A.F. FACCIÓN DEL EJÉRCITO ROJO: de revoluciones, utopías y mundos soñados

La cuota anual de cine alemán en línea de salida hacia el orbe estrellado de Hollywood lleva el color de la revolución, un rojo sangre esparcido en un relato de viejas luchas que, hoy en día, puedan sonar hasta marcianas. Resulta cuando menos paradójico que un film combativo, decididamente escorado como éste opte al galardón más simbólico de esa misma maquinaria capitalista que denuncia su enérgico guión. El último trabajo de Uli Edel se adhiere a un cine europeo voluntarioso, intenso rozando lo abigarrado en su despliegue de grandes causas, de errores y triunfos con los que iluminar partes de nuestro presente muchas veces desatendidas.

Surge entonces la alternativa de acoger estas obras de autor en su doble valía: como demostración de un discurso, de un ideario formulado y sostenido en pilares dramáticos de mayor o menor firmeza. O bien en su aporte estrictamente artístico. Cabe apreciar en este sentido la gramática férrea que suele articular la tesis, el paradigma de la narrativa clásica sin mácula: el puro placer de contar la Historia, de repensarla, de activar inéditos focos de luz y construir engranajes tan sólidos como necesarios. Hay momentos en R.A.F. FACCIÓN DEL EJÉRCITO ROJO que recuerdan al Spielberg de MUNICH (2005), aunque sólo sea en el marco físico de aquellas Olimpiadas sangrientas, uno de los sinuosos tramos por los que discurrieron las revueltas antifascistas del grupo. No entraremos en el juego de semejanzas o divergencias, tan sólo sirve apuntar su idéntico instinto por escarbar en la herida, tozudamente asumida la idea de un pasado que reclama atención, que se obceca en no abandonar su hueco en la memoria e insiste en que el cine -uno creativo, no podrido de concesiones- le rinda justicia. Si el Midas de la gran factoría yanqui pudo reiventarse como artista, fue sin duda tras rodar su crónica vengativa de un pueblo humillado, su mejor y más europea -por la cocción de su ritmo, por la mecánica intrigante, por aroma- creación.

Edel desgrana tiempos y escenarios turbulentos y equipa su película con el arsenal de un cine político, politizado y militante. Juega con nosotros a hacer thriller, se vale de sus reglas ortográficas para enhebrar un mosaico de acciones y reacciones que exige la continua atención del espectador, su estricta y -mucho pedir- emocional implicación. Pero Edel, a diferencia de Spielberg, hace agotador el torrente informativo e impide en su fría, puntillosa, casi atropellada cronología de la rebelión izquierdista que esa empatía llegue a producirse. Un film el suyo que se honra al describir todo un proceso de fervor social, pero que también queda irremediablemente tiznado del betún discursivo que podría preverse.

Lo cierto es que suelen buscar los últimos estudiosos de ese desencanto generacional resortes con que pulsar la reflexión, invitar al espacio valorativo sobre el material narrado no sin talento. Pero apenas se descubren aquí recodos para oxigenar el cerebro, para absorber y procesar el oleaje de datos, el diseño metódico de un idealismo, la épica de un rebaño descarrilado, si se quiere figuras de un heroismo desfasado, fascinante también. La película es densa y rotunda, más eficaz en una primera parte de presentaciones y equipaje psicológico, no tanto cuando se pierde la pista de los cabecillas de la revulsión, cuando la nueva hornada toma las calles, las armas, el espíritu incendiario. Ese perpetuo cénit dramático lastra una obra meritoria, siempre interesante en tanto espejo de antiguas batallas que asfaltaron huidas posteriores al territorio de una apatía moral, a una era de adocenamiento incapaz de parir tricheras, por muchas motivaciones que preñen el día a día de este occidente difuso.

Quedaría, bajo el manto vehemente y el gesto irritado, una muestra de sobriedad en los modos marcadamente germana. Un cine, y Edel da buena cuenta con vigor y sin baches, que llama al desconcierto: las pretensiones de escaldar conciencias se cubren con precintos de un hermético, al final fatigoso diagrama visual. El calor del contenido no encuentra acomodo en un continente a tramos bastante gélido.

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