25/2/08

EXPIACIÓN: el elevado peso de la culpa

En un principio era reacio -y mucho- a ver esta nueva muestra de melodrama de época, auténtico éxito del cine británico en los últimos meses. Y lo era por simple desapego hacia un género que nunca me ha entusiasmado, pese a contar con indiscutibles buenas piezas de orfebrería. Reconociendo el valor que este tipo de obras puede albergar, y precedido por la unánime aceptación crítica y taquillera, me decidí.

Y salí sorprendido tras disfrutar de esta EXPIACIÓN de Joe Wright. Una sorpresa insólita, causada por el gustazo que me proporcionó una sencilla historia de amor truncado por una inocente traición y enmarcado en la época de entreguerras. Algo que en principio no aportaba gran novedad. Como tampoco lo es el estereotipo al que se ajustan los amantes en cuestión: niña rica e insolente-pobre y humilde sirviente, quienes, tras años de juegos infantiles y sana amistad, ven cómo el destino les convierte en sufridos enamorados, separados por las adversas circunstancias. El marco que abraza su relación tampoco sorprende: lujosa mansión en mitad de la campiña inglesa donde vive una porción de la burguesía acomodada y con marcadas inquietudes intelectuales. Hasta ahí, nada original.

Es con el personaje de Briony con quien nos sumergimos en la calurosa y plácida rutina de la familia, con quien recorremos pasillos, salones, cocina con hacendosos sirvientes, con quien nos asomamos a los frondosos jardines a través de la ventana. La figura decidida de esta precoz joven con alma de escritora hace arrancar la acción y se convierte en testigo y ejecutora del trágico desenlace. Es con ella con quien conocemos a los sufridos amantes, es su avispada mirada la que dirige nuestra atención, se convierte la inquieta Briony poco a poco en el auténtico eje del relato, es este personaje -al que acompañamos en tres etapas de su vida- sobre el que pivota la unión de los dos mundos condenados a separarse.

Con un estilo refinado y una potente ambientación nos presenta el director británico este azaroso trayecto por un amor marcado por la fatalidad. Aún encuadrándose en un tipo muy concreto de drama romántico, la película destaca por su brillante -y preciosista- recreación en tres actos que, aunque descompensados, ofrecen un conjunto emocionante y no exento de un gran lirismo. Tras la exquisita primera parte -con sutileza en la presentación de ambientes, con enorme talento en la dosificación de la intriga y un hábil manejo del ritmo-, viajamos a la sordidez y el horror del campo de batalla en tierras francesas -aunque se ha comentado la bajada de ritmo en este tramo, sigue pareciéndome visualmente excelente- y culminamos el relato con la presencia de una Briony anciana, enferma y redimida de su culpa a través de la literatura que siempre cultivó. Es aquí donde la trama adquiere pleno sentido y donde la empatía emocional del espectador se rinde ante la evidencia: nos ha atrapado el tenso y desasosegante recorrido por el dolor, por la angustia, por la mentira más hiriente y la lacerante sensación de haber cercenado la felicidad de dos enamorados.

Fiel a su origen literario, la EXPIACIÓN de Joe Wright me cautivó por su dignidad moral, por la altura de los sentimientos que suscita, por la sabia organización narrativa del discurso -que juega con cambios de perspectiva de una misma escena y con saltos temporales en absoluto confusos-, por la huida de recursos academicistas muy presentes en el más rancio cine británico, por su montaje dinámico y preciso, por su música -turbadora, emotiva, hermosamente clásica-, por su deslumbrante puesta en escena -plagada de detalles, pletórica de colorido y frescura-, por ese tremendo plano-secuencia de seguimiento al amante en la tétrica segunda parte, por la pericia para transformar en emoción desnuda y punzante un relato que se adivinaba simple y epidérmico...

Y, también, por los actores. Por su profesional apego a personajes un tanto esquemáticos. Por la languidez y seductora carnalidad de Keira Knightley. Por la inteligente y matizada creación de James McAvoy. Por la presencia breve pero enorme de la gran y desaprovechada Brenda Blethyn. Por el inquietante rostro de la joven Saoirse Ronan. Pero, sobre todo, y en el tramo final de la película, por Vanessa Redgrave. Sobra cualquier adjetivo. Vuelve a demostrar la dama del cine que siempre es. Su plano fijo confesando la agonía de saberse culpable del engaño condensa la intensidad última del relato. Sólo una actriz prodigiosa puede arrastrarnos por los senderos del abatimiento, sus palabras dolientes nos hacen participar de una expiación necesaria, cargada de sinceridad digna, profundamente humana. Su pecado de niña orgullosa queda perdonado.

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