21/2/08

SWEENEY TODD: navajazos de venganza

Tiene Tim Burton el privilegio de ser uno de los pocos -muy pocos- creadores con un sello intransferible, un autor con un universo tan personal que resulta casi intolerable que alguien no sepa identificarlo. Un universo paralelo plagado de ilusión e irrealidad, el gozoso territorio donde sueño y voluntad se entrelazan, el inefable submundo de pesadilla y humor negrísimo, el siniestro escenario donde los seres más humanos se mueven en entornos de artificio, convirtiéndose en figuras de cuentos tragicómicos de oscura belleza, en las marionetas de un artista empeñado en no crecer.

Al menos, ése es el Tim Burton que yo espero siempre. Y es el que me enamora. El padre de obras de genio como EDUARDO MANOSTIJERAS, ED WOOD o SLEEPY HOLLOW, y responsable de más de una pieza deslumbrante, sigue pariendo criaturas con bastante frecuencia. Pero tengo la impresión de que su potencia visual, su innato dominio de la técnica, sus arrebatadores hallazgos plásticos, su incombustible talento narrativo ya no me enamoran. Creo que en sus últimos cuentos no ha conseguido arrastrarme como lo hacía antes; aún reconociendo sus virtudes -muchas, como siempre-, me queda una sensación final molesta, sus últimas historias son la versión aligeradas de propuestas anteriores, de sus más hipnóticas y hermosas experiencias visuales, auténticas maravillas, y de una intachable obra maestra -ED WOOD -.
Ahora se atreve con el musical. Uno con bastante solera en los escenarios londinenses para los que se concibió. Un libreto con elementos más sangrientos de lo habitual en su cine, adaptado a su mundo gótico y legendario. SWEENEY TODD es una vuelta de tuerca a sus fantasías expresionistas, esta vez con un buen paquete de canciones ilustrando el relato, un relato quizá un tanto simple y predecible en su construcción, con unos personajes más esquemáticos de lo deseado y faltos del alcance fabulador de sus precedentes. La tétrica historia del barbero buscando venganza en forma de mortales cuchillazos se ajusta a la creatividad de Burton como guante de seda, es digno sucesor de sus ilustres parientes. Pero algo al final me dejó a medias. Sé que quería encandilarme, pero sólo consiguió entretenerme. Quizá la borrachera de canciones frena el potencial narrativo, quizá el musical no es el género más adecuado para que el pequeño Timmy deje suelta la marea de ideas que le remueven. Quizá simplemente sus detractores tendrán razón al considerar que se sobredimensiona a un artista visual pero mediocre guionista. Me ha parecido una historia prometedora, con enormes posibilidades, que, sin embargo, no ha brillado lo que podría esperarse. Una lástima.

Con un arranque perfecto en mitad de la niebla, con una capacidad para zambullirnos de golpe en un Londres tenebroso y sucio, con esa cámara volando por callejones y plazas de forma frenética, era fácil dejarse llevar. Los autorreferenciales títulos de crédito del inicio anuncian el nivel artístico de lo que después veremos. La música elaborada del gran Stephen Sondheim nos empieza a trazar el camino. Un paseo por neblinas y miseria, sórdido, inhumano. Un recorrido rápido por una ciudad de ensueño, postiza, astutamente estilizada, un paisaje mágico donde intuimos que el horror va a acampar a sus anchas. Y nos metemos de lleno, conscientes de la ilusión perfecta que nos van a dibujar. E intuimos que nos va a gustar, es Tim Burton, ya nos ha manejado a su antojo varias veces. Con la historia del vengativo Benjamin Barker no iba a ser menos...

Por si fuera poco...Johnny Depp. Vuelve a demostrar su enorme versatilidad e intuición al arrimarse al proyecto de su amigo. La creación del taciturno y amoroso psicópata rebosa genialidad y frescura, y ahora resulta que, además, canta! Y bastante bien! Otro escalón en la insobornable y calculada carrera profesional del actor, uno de las presencias más generosas y estimulantes del cine actual. Con su atormentado barbero confirma su capacidad de riesgo y los registros más sorprendentes, y continúa alimentando inquietudes y misterio con sus gestos y miradas. Menuda evolución la de Cry Baby...Nos atrapa con su encarnación perfecta de lo maligno, con la bruma de un corazón herido, con su espíritu de venganza en forma de navajazos letales.

Junto a Depp, grandes secundarios, entre los que destaca la rarita Helena Bonham-Carter (fetiche de Burton, para que todo quede en casa), que aporta palidez y malévolo arte culinario al asunto. Todos cumplen dignamente con su función satélite de este SWEENEY TODD brutal y ensombrecido, operístico y salvaje, sangriento a chorro limpio. Todos ellos se mueven por el relato con una calculada soltura, con libertad de movimientos propios de la escenografía teatral más depurada, algo que el libreto original marca con precisión y que el director ha sabido trasladar con oficio. Pero, aunque la pirueta genérica de Tim Burton le confirma como el genuino creador de tinieblas que siempre fue, encuentro que su impulso es menos lustroso, que su fuego de artificio no es tan sólido, y que ciertos pasajes musicales -edulcorados para románticos tramos de la acción- son bastante menos estimulantes que el relato macabro y lóbrego que nos resulta tan adictivo. La marca de autor que empaña toda su filmografía sigue latente, pero el musical de Sondheim asfixia con su implacable seriedad las vías para que respire un Burton más espontáneo, el de siempre. SWEENEY TODD encorseta con su estructura tan rígida, con su ritmo irregular, con su sempiterna oscuridad y su sangría a granel el espíritu de cuentacuentos fabuloso del director.

Aún así, sigue siendo un niño excéntrico y soñador, el soñador que siempre ha sido. Continúa deleitándonos con su barroquismo y un diseño de producción fastuoso, con una puesta en escena pletórica, apoteósica, irrenunciable. Pero esta vez la imaginación de este niño grande no ha logrado hacerme soñar.

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