21/10/08

EL NIDO VACÍO: matrimonio sin hijos

Parece que el último cine argentino se esfuerza por exportar miradas con visos de profundidad hacia pequeñas cuestiones del ser humano, ajenas por completo a la gran épica de los políticos, empresarios y demás aves de rapiña. La reciente ENCARNACIÓN (Anahí Berneri, 2008) planteaba con poco tino las consecuencias íntimas del ocaso profesional en una otoñal actriz anclada en su pasado de neones y oropeles. En otro ámbito, aunque igualmente apegado al marco doméstico, al día a día de fracasos inesperados -o ciertamente vislumbrados pero escudados tras la rutina-, navega la última propuesta de Daniel Burman, fallida incursión en el naufragio matrimonial de una pareja de intelectuales bonaerenses aquejados del mal que presagia el título. Aquéllo tan ancestral de una soledad preanunciada pero a la que cuesta adaptarse, más si la compatibilidad entre la pareja hace tiempo que empezó a debilitarse.

Óscar Martínez y la enorme -en sentido figurado, se entiende- Cecilia Roth dan cuerpo a los padres de las criaturas emigradas, y lo hacen con la convicción que les permite un relato débil, apenas reforzado por los escasos destellos de Burman por registrar el abismo abierto en esa edad declinante en que todo se relativiza, incluso cimientos tan sólidos como el amor. La cámara del director se quiere objetivo casi alleniano de una zozobra vital en la que entran en juego conceptos como desengaño, incomunicación, querencias mutadas en simple convivencia entre adultos. Pero el autor de EL ABRAZO PARTIDO no es Woody Allen, ni Alan Rudolph, ni siquiera se acerca a su compatriota Adolfo Aristaráin, de quien sí podría haberse esperado una mayor carga ácida en los diálogos junto al peso emocional que este tipo de dibujos anuncian. Todo lo contrario, la cinta no eleva el vuelo -ni literal ni metafórico- de su premisa y se estanca en un terreno difuso entre el drama generacional y los apuntes cómicos con los que tiznar la reflexión sobre el declive de una relación. Queda la incómoda sensación final de una obra mejor planteada que resuelta, al menos en la escritura, que en el último tramo revela una solución literaria tan socorrida como decepcionante, bien vistos y oídos todas los recovecos del drama.

Este repaso a los nuevos cauces por los que organizar los días apenas defiende su armazón, que acaba filtrando desidia narrativa y flojera en el trazo de personajes. Mi pasión por la protagonista de MARTÍN (HACHE) (Adolfo Aristaráin, 1997) y TODO SOBRE MI MADRE (Pedro Almodóvar, 1999) echaba de menos escenas donde el combate -físico, dialéctico, auténticamente emocional- dejara libre y sin correas su talento, que Burman se empeña en estreñir en brochazos leves, de los que no calan en el espectador, sujeto a una sucesión de ideas puntuales en las que no se profundiza. De esta forma, el registro psicológico adoptado a lo largo del relato no cuaja más allá de ciertos chispazos de guión -pocos-, convertidos en puro humo en pasajes prescindibles y algún personaje de confusa presencia -pienso en ese confidente del marido y su aparición en la secuencia en Israel-. Podría aducirse que la óptica un punto tragicómica que intenta empañar la historia no logra franquear la barrera de lo esquemático, falto de calor, insípido retablo de fracasos varios, de ilusiones que dejaron de serlo. Fracaso en el mundo artístico, fracaso también como padres y, en definitiva, el gran fracaso de una sequía amorosa insalvable.

Tal vez sea el mayor desacierto el hecho de intentar mezclar realidad y ficción, imbricando los deseos y la realidad, los sueños profesionales con la frustración conyugal hasta el comentado final, casi pueril en su resolución. ¿Hace falta repetir que el genio neoyorquino no tiene parangón en cuanto a ironía y mala uva? Sólo la ascendencia judía de ambos podría emparentar el universo humano que se pretende reflejar. Pero me temo que no es suficiente para alabar un esbozo de disección como el de Burman, no es válido para sostener su viaje por los empantanados márgenes del desencanto vital, su fusión desinflada entre la madurez afectiva y la creatividad como válvula de escape, también como coraza fantasiosa con la que afrontar las múltiples aristas de la palabra crisis. Ni la simbólica escena de la pareja flotando esquiva el peligroso matiz de lo forzado, lo que otros más dotados hubieran convertido en fino bisturí. Mucho hilo para tan poca maña.

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