21/10/08

PEREGRINOS: hermanos caminantes

El cine francés continúa colándonos su frecuente ración de comedia más o menos desenfrenada, a veces reflexiva, goteadas otras con el sabor de lo agridulce. Pero siempre logra filtrarlas. No entraré en el tema de cuotas de pantalla o el chauvinismo acérrimo que han ostentado desde tiempos remotos nuestros vecinos. Sólo me centraré en los retales que componen la última pieza desquiciada de Coline Serreau, peso gordo en la industria gala que cualquiera recuerda por la gamberrada ochentera TRES SOLTEROS Y UN BIBERÓN, germen de los productos yanquis que aflorarían como hongos y que intentaban rescatar su mismo acento irónico sin conseguirlo. Un periplo voluntarioso en el género le aporta el equipaje básico para elaborar esta historieta alocada y mordaz, un verdadero histrión que no reinventará los códigos de la risa (de toque europeo), pero que contagia vitalismo en inyección irresistible.

No oculta -es más, lo muestra orgullosa- la directora su acomodo en los códigos casi paródicos de un cómic adulto donde la caricatura se asoma a bofetada de comicidad bien medida y mejor planificada. Desprende el cuento moderno sobre desencuentros fraternales un aire divertido, vivificante y pletórico, sin todos los complejos que otras incursiones en semejantes cauces sí adoptan. Esta película es gozo puro, genuino alborozo transmitido por los poros de un libreto ajustado y milimétrico, afincado en unas pautas algo esquemáticas, no siempre brillantes, pero sí libres, desprejuiciadas y sin miedo a que el absurdo empañe los pasos del camino trazado. Es eso PEREGRINOS, un camino físico y -cómo no- también metafórico, con ese punto de catarsis previsible pero en definitiva beneficiosa para el espectador. En ese doble sentido del tránsito hacia el lugar santo se incrustan unos personajes que entregan un abanico de psicologías desternillante, puntualmente tocadas con la vara de la ternura, el desencanto y una desembocadura final en el espacio afectivo que el vil metal había sembrado de rencillas.

Puede asignarse el término walk movie para definir un recorrido tan jubiloso como el que dibuja Serreau. Caminantes y hermanos que se reencuentran en mitad de una naturaleza siempre testigo de sus miserias, del choque insalvable entre el arrogante y el pusilánime, entre intereses creados por un testamento irrebatible, seguido a rajatabla y origen del enredo. La directora entra rápido en materia, no deja tiempo para reflexiones ni preámbulos cargantes. Todo se empieza a despeñar por laderas de paroxismo y un gusto por el énfasis visual presente desde la escena inicial de la última voluntad ante el albacea. Ahí me di cuenta no del despropósito que se avecinaba, antes bien de la más firme intención por hacer del relato una enérgica aventura donde las formas -veloces, como viñetas de imagen real- apostillaban un contenido igualmente desatado, a ratos de furiosa frescura, por momentos reposado a medida que el trayecto se acorta. Cosa distinta son los gustos, y en esa materia esta obra podrá encontrar detractores con algunos datos objetivos para tacharla de excesiva y simplista. Si se abandona uno a la locura embotellada, al diagrama básico de combates -familiares, generacionales, raciales- y a un sentimentalismo sin doble capa, sin más lecturas que el instinto primario, el disfrute acampará fácilmente en nuestro ánimo.

Me pregunto si no es lícito hallar el placer en disputas tan antiguas como el cine, otras veces revestidas con neurosis de manual o intelecualismos chapuceros. Creo preferir el campo abierto sin los marcajes del tópico, sin más pretensiones que hermanarnos con el desenfreno y una sátira amable y provocadora. No hay otra aspiración que la de entretener con ligeras pinceladas emotivas, muy gruesas, es verdad. Incluso se roza el criticable ámbito del chiste burdo, esa vis cómica chabacana que nunca se instala del todo, y que deja el refinamiento para obras y autores de alto rango. Lenguaje abrupto para ilustrar esta fábula socarrona, perfecto engranaje que logra implicarnos en un recorrido por senderos escarpados, y no sólo los que conducen a Santiago. La tortuosa y febril, casi demencial encrucijada ante la que tres hermanos terminan congraciándose se despoja de gravedades y moralinas. Y nosotros, por contagio, nos liberamos del mal rollo y soltamos lastre a carcajada limpia.

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