7/8/08

EL TREN DE LAS 3:10: el buen arte de la resurrección

Cuando el año pasado estrenó Andrew Dominik su excelente EL ASESINATO DE JESSE JAMES POR EL COBARDE ROBERT FORD, voces entusiastas profetizaron el renacer de un género fenecido, apenas reanimado del coma clínico con puntuales bocanadas de aliento. Dominik revisitó una de las leyendas vertebrales en la iconografía del western y le confirió aroma épico, trayecto de ambigüedad moral, espíritu reflexivo como nadie había hecho desde el maestro Eastwood en SIN PERDÓN (1992), de la que poco queda por añadir. Era la epopeya del forajido -de narración escorada al personaje que acabó con su vida- un film irregular, algunos dirían pretencioso e hinchado, pero en cualquier caso de fascinante estatura visual, elegíaco y pausado, casi siempre arrebatador.

Para que el abordaje de paisajes físicos y humanos tan empastados en nuestro recuerdo acolchone una posible resurrección de lo viejo debe afrontarse como homenaje mínimamente honesto, dosificando el posible onanismo creativo posmoderno o, en el peor de los casos, la gula dineraria del productor animoso, siempre atento al engorde de cifras. EL TREN DE LAS 3:10 se distanciaría de la obra de Dominik para colocarse a la vera de Lawrence Kasdan, firmante de las meritorias SILVERADO (1985) y WYATT EARP (1994), que, si bien no sentaban cátedra como obras de culto referencial, al menos refrescaron la enmohecida gruta donde figuras legendarias quedaron enclaustradas por desidia o simple extinción de la antigua llama. Despide este último remake de la industria humos festivos, el puro jolgorio aventurero y cinéfilo que también dejó tras de sí OPEN RANGE (2003), cauce magnífico por el que el desnortado Kevin Costner -aquí más cercano a la autoría que en su desmedida, ahogada en oscars BAILANDO CON LOBOS (1990)- rendía pleitesía a los clásicos revitalizando la imagen (y, en el espectáculo del tramo final, el sonido) heroica, de tono crepuscular con el brío de los nuevos tiempos.
Viejas fórmulas a las que la lija de la digna recuperación -dejemos lo de reinvención para el maestro Clint- extirpa cualquier resto de cal incrustada tras años de abandono. Esto de la dignidad, como es de entender, no casa con sonrojantes propósitos de parodiar el género que han ido brotando en el páramo creativo -MAVERICK (Richard Donner, 1994), RÁPIDA Y MORTAL (Sam Raimi, 1995), WILD WILD WEST (Barry Sonnenfeld, 1999)-, bochornosos experimentos que pintarrajeaban de humor grueso los paisajes silenciosamente albergados en nuestra alma idólatra.

Lejos de la broma de diseño, pero también del poso meditativo y sombrío, James Mangold -director que engrosa el grupo de los correctos hacedores tras la cámara- aboga por insuflar ímpetu narrativo a la historia escenificada por Delmer Daves en la década esplendorosa de los 50. El original forma parte de la osamenta sobre la que se han adherido los pliegues de una épica, casi una forma de entender el mundo, un código de valores con que exportar terrenos tan genuinamente yanquis hasta hacerlos universales. Un molde vigoroso como el que Glenn Ford capitaneó armado de su habitual cinismo facilita el ejercicio revisionista desde el respeto. Pero Mangold, astuto director de orquesta, rinde el tributo asentado en un lenguaje enérgico, edificando con tal materia prima la pieza más contundente que en muchos años ha podido disfrutarse. Su película, lo mejor que ha rodado hasta ahora, huele a buen cine, el que emerge de las tripas del artesano sumiso a unos cánones que abrillanta para regusto de nostálgicos, es deseable que también para gozo inmediato de las nuevas generaciones.

Que nadie censure su entrega incondicional al puro oficio de contar una historia, que ningún espabilado equivoque su narrativa diáfana, pulcra, arrimada a la ortodoxia, con esquematismo exento de dobleces. Este viaje junto al bandido Ben Wade y el honrado padre de familia encargado de custodiarlo adquiere formas de show trepidante y milimétrico, engrandecido a fuerza de ricas líneas de diálogo para personajes que ennoblecen el cliché, hacen discurrir el drama y emocionan por su humana tridimensión. Engañarán las coordenadas ligeras, podría sabotear el buen análisis su falta de pretensiones, tal vez seduzca la textura de cine entretenido en una época en que el término se ha prostituido al mejor (im)postor. Sólo el prejuicio eludiría una sincera admiración por el nivel artístico obtenido, a la vista como están las excelencias de estilo, el polvoriento empaque visual que huye de la afectación y apuesta por un naturalismo salvaje como marco físico de la acción enfocada al progreso dramático,
jamás en gratuito despliegue de arsenales diversos.
Para lograrlo el guión alterna las secuencias más espectaculares con momentos hablados mediante los que perfila los rasgos de heroicidad forzada por penurias económicas, pero también la fascinante catadura moral del antihéroe, auténtico motor del conflicto que acaba por arrastrarnos. Sobriedad en el envoltorio, férrea escritura y -no se puede pedir todo- apenas algún retazo tímido de la fragante carga de lirismo que revestía joyas pasadas -Leone y el spaghuetti, Peckinpah y el paroxismo de la violencia como objeto estético-.

Antes torbellino vibrante que espacio para la metáfora de altura, incluso para la poesía mutada en otoñales imágenes, EL TREN DE LAS 3:10 se alza en bloque macizo, repisa de convenciones que Mangold revierte con caligrafía firme y un preciso sentido del ritmo. La violencia encuentra su coreografía justa, el festín de tiroteos, diligencias y asaltos articula nuestra babeante mirada en crescendo prodigioso, puesto en tensión un sutil dispositivo ético por el que estos personajes toman impulso, si es necesario pagando con la vida misma. Ayuda al disfrute el carisma de Russell Crowe y Christian Bale, enorme dúo que filtra todos los recodos de la humanidad representada, las pasiones y templanzas, el concepto de familia, el sentido del honor, la valentía y el deber, el peso de los ideales, el significado de la fé. La gama de valores de siempre remodelados bajo el moderno espíritu restaurador, el único del que no puede prescindirse a la hora de transitar parajes afincados en los pasillos de la memoria, peligrosos por inducir a la mímesis vacía, al patrón acartonado, anémico y deslucido. No es el caso, que conste. Aquí hay carne donde morder. El magnetismo de los moldes alcanza cohesión y eficacia con su retoque, el entusiasmo empapa el discurso, la magia nos recuerda que el (gran) cine de género sigue vivo.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Estupenda crítica, aunque me he preguntado varias veces después de ver esta peli si no le faltará algo bajo lo que destacas, ese innegable brío formal.

¡Y que buenos son Christian Bale y Russell Crowe!

Redrum dijo...

Gran crítica, Tomás, y de acuerdo contigo en que es un excelente film.

Me sorprende que con semejante plantel protagonista haya tardado tanto en llegar a estos lares.

Un claro ejemplo de que una buena historia nace de unos personajes bien perfilados e interpretados. Y si el resto está a la altura, ni te cuento...

¡1 saludo!