
Tengo que decir que nada de lo que pudo verse en la pantalla defraudó esa expectativa. Harlin, viejo perro avezado en el mal uso de enseñar los dientes sin pegar la mordida -ya puestos-, reincide en su anorexia neuronal.
Intentando esquivar la rutina, confiere a su protagonista la insigne tarea de limpiar los intestinales escenarios de los crímenes que luego investiga la policía. Tras una de esas higiénicas sesiones, se convierte en diana de una lluvia de incriminaciones que le fuerzan a tirar de un hilo de corruptelas policiales, de pasados vergonzantes, de desequilibrios familiares. En resumen, la torpe revisitación de patrones narrativos no ya mascados, sino más bien triturados por la maquinaria yanqui desde aquellos gloriosos 90 que olieron a Demme y a Fincher, también a Kaplan, Pakula, a los Coen o a Luc Besson, al moderno Tarantino, al maestro Michael Mann, y a de Palma, y a Curtis Hanson y la obra maestra que lo encumbró. Las buenas piezas que engordaron de cinefilia las tripas y los espíritus.


Cada década tiene su sello, el estigma genérico que la mantendrá en la memoria, pero Harlin parece anclado en un cine que, hoy por hoy, no tiene nada que aportar. Al menos CLEANER no rebasa la línea de una mediocridad lastimosa, regodeo en los tics argumentales y estéticos incapaces de levantar la mínima emoción, el interés justo para no desconectar. La historia, puro delirio, se inicia con un tono paródico que bien podría haber marcado todo el metraje. Pero pronto revela que el director se toma en serio la ensalada de clichés, con el aderezo de su habitual cámara ampulosa y su narrativa confusa. Pasado el meridiano, empieza a brotar la sensación de indiferencia, puesto que, más allá del peculiar oficio del ex policía que encarna Jackson, hay pocas sombras en el relato, apenas se atisba la bajeza moral, la turbiedad que desprendían otros retratos del gremio policíaco.

No hay comentarios:
Publicar un comentario