2/7/08

SATANÁS: el diablo que hay en ti

Sirva de arranque a esta reseña que la sorpresa comió terreno a la peregrina duda sobre el interés de un título como SATANÁS. Bien empacada tras su bagaje festivalero, temía que el áurea de obra de culto, potente bautizo de un novísimo autor colombiano, no revirtiera en méritos objetivos para el aplauso. A tanto no me atreví, pero me sobraron razones para sonreír con ese gozo travieso que ciertos relatos te producen, los que obran su seducción con las armas imprevisibles del gran cine. Que -ya se sabe- no siempre adjetiva el tamaño.

Es atrevido Andrés Baiz. Acorazado en la insolente destreza de la nueva hornada de creadores, el joven colombiano se lanza sin red y nos habla del mal. Nada menos. Gran concepto del cine, de la vida. La dimensión maligna que reta a la benigna fachada de todo hijo de vecino. La dualidad que, como la doble sexualidad, nos define desde el momento mismo en que nacemos aún ignorándola. De este mal soterrado se sirve la película, que crece tensa y poliédrica, en virtuoso juego de espejos expuesto con la precisión de un pulsómetro.

Despliega el director su tríptico narrativo con el fin de dar cuerpo a la oscura visión del ser humano, tres historias en apariencia autónomas pero de idéntico latido de maldad. Una estética sobria, de elegante trazado recubre la suciedad de unos personajes cuya balanza se ha vencido, impulsados por el resorte de la tentación, el pecado, la ambigua moralidad. Es aún más revelador saber que la trama surge de un hecho acaecido en Bogotá a mediados de los 80, materia novelada por Mario Mendoza. La orgía de violencia final en el restuarante, puro desboque de las siniestras riendas que apenas se intuyen, reconstruye el brutal tiroteo de un individuo respetable, del que nadie presumiría el afán criminal, uno de tantos seres grises que asfaltan su rencor con el mundo desde el silencio, la inocente careta de lo cotidiano. La realidad de nuevo filtrada con los mejores modos artísticos, tan espantosa, tan elocuente que había que ficcionarla. Y de qué forma.
Es sabio Andrés Baiz. Su dibujo tridimensiona un paisaje de compleja humanidad movida por la angustia, la desesperanza, las dudas, el odio. En él maneja a los personajes, atribulados en su flaqueza, aplastados por el amargo peso de una vida que les asquea, de la que buscan huir. Con ellos construye una pesimista reflexión sobre la condición débil que nos une, un cuadro costumbrista que se torna desolador, de una lucidez que abate el ánimo. El sacerdote perdido en su lascivia iguala a la hermosa mujer estafadora, que vierte encantos como serenidad el antiguo militar, hastiado de su madre y refugiado en los encantos de la literatura. Un idéntico anhelo de superar miedos nacidos de la fé, la pobreza, la soledad. Miedos humanos, feroces, cercanos.

No hay lugar a compasiones, pero sí a la condena final, impacable y rotunda. Una escena que lleva al paroxismo la violencia que se ha ido respirando en escenas de engañosa calma. SATANÁS es un film contundente, una pesadilla que orquesta con batuta maestra las sombras que asedian tras la luz. Un descenso pavoroso al mismo infierno, sin florituras, sin regodeos, sin penitencias. Se le podrá perdonar el pecado de la frialdad, la refinada y cerebral puesta en escena, la textura de thriller clásico donde una pulcra ortografía no deja hueco a la emoción. Todo lo demás es absorbente y demencial, turbio y enfermizo, la culpa y el castigo imbricados con el firme lenguaje del suspense más inteligente, el más visceral. El misterio que no entiende de fronteras al pincelar íntimos conflictos como una alegoría funesta, pura provocación.

No hay comentarios: