

En su nueva criatura Chan-wook usa también la violencia como eje narrativo pero esquiva el tono trágico, enfermizo, asfixiante de su célebre tríptico -que alcanza el paroxismo con la brutal OLDBOY (2003)-. Ahora se decanta por la fábula surrealista, delirante casi siempre, una explosiva fusión de comedia grandguignolesca, tierno melodrama y aventura romántica con una protagonista sujeta a las mismas reglas de rareza que empapan las imágenes. La odisea de la joven robot por encontrar sentido a su existencia toma cuerpo con un tono casi naif, propio de narración infantil con mensaje, cosa por otra parte nada molesto si ya hemos entrado de lleno en el juego y estamos dispuestos a llegar al final. Pero es una ingenuidad epidérmica, aparente, es obvio que oculta una segunda -y tercera si se quiere- capa de lectura bajo su aspecto ligero y estrambótico, lo que enriquece el relato más allá de la anécdota hasta despertar un tímido -también inesperado- brote de emoción.

Puede encontrarse el doble filo de SOY UN CYBORG en el choque entre el desenfado, la rabiosa frescura, el colorido extravagante y la frialdad, el hermetismo, el dibujo conceptual de sus personajes. Young-soon, en tenaz búsqueda de la abuela que los hombres de blanco encerraron, se busca también a sí misma, quiere descubrir su propia identidad mediante la memoria de la anciana demente. También ella cree ser algo distinto a un humano, causando el estupor de los médicos y quedando confinada a su mundo interior salvo por la compañía del ladrón enmascarado, otro freak, otro paria de la sociedad tan marginado como ella, a cuestas con la losa de un pasado doloroso. Material tan ingenuo sirve a Chan-wook para esbozar un virtuoso y desenfrenado cuento de amistad, de soledades y deseos compartidos, pero a la vez de violenta revancha por el daño sufrido en la niñez, por el abandono, por la culpa y la humillación, por no saber el lugar en el mundo.
Sendas parecidas nos hizo recorrer Spielberg en INTELIGENCIA ARTIFICIAL (2001), elegía sombría y melancólica donde otro niño androide emprendía sus propias búsquedas en un entorno hostil y despiadado.

Chan-wook dispone las secuencias como viñetas de un cómic intimista, abigarrado, explícito, todo lo cruel que una escena como la del tiroteo "digital" (la punta de los dedos a modo de implacables armas) puede ser. Asoma aquí una borrachera de influencias que el director asume jueguetonamente, desde la coreográfica violencia de Peckinpah y sus piezas maestras GRUPO SALVAJE (1969) y PERROS DE PAJA (1971) hasta la gelidez documental de Gus van Sant en ELEPHANT (2003). Actos de venganza absurda, excesiva, traviesa o calculada, pero siempre en la línea de estilización visual marca de la casa. Justo entonces la película alza el vuelo tras una
primera parte más confusa y peor definida que sirve para ir abonando el terreno alegórico, de desbocada fantasía en el que nos encontraremos metidos. El espacio donde Young-soon hallará las pistas para ser feliz, el tiempo para vencer el rechazo de los reclusos, la incomprensión de quienes le robaron la libertad. Bello recorrido por el que asoma el tradicional cara a cara del individuo con las instituciones, los clásicos conflictos entre la ansiada autonomía y los métodos de represión que, nunca como aquí, rozan el más arrebatado lirismo.
Resulta fácil dejarse llevar por este equilibrista de la imagen, maestro del encuadre poético, refinado iconoclasta que hace balancearnos entre lo onírico y lo patético, mezclando humor gamberro y bizarría a granel en un despliegue de plasticidad irreprochable. No deja de ser éste un nuevo ejercicio de autor cimentado en
moldes de vanguardismo sin medias tintas, milimétrico producto que despertará el entusiasmo de los alérgicos a los modos de siempre, a los corsés que suelen estreñir el buen cine hasta asfixiarlo, sin apenas válvulas para oxigenarlo y transformarlo en arte vivo.

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