
Pero hay que decir que es arriesgado ofrecer un empache de triste realidad obrera para estrenarse en lides de cineastas comprometidos con el mundo, con la existencia grisácea de los otros para hablar de la nuestra propia. Es la puñetera y triste vida de cuatro currantes la que Maitena Muruzábal -navarra- y Candela Figueira -argentina- eligen para adentrarse en una corriente temática que, a estas alturas, empieza a espantar a productores y público masivo como síntoma de demencia creativa, tal vez a la espera de que las nuevas brisas en el viciado recinto genérico patrio no sean un espejismo. Hastiado de un cine ombliguista y facilón, seducido a veces por el moralismo, la complacencia en el tono y el opaco espejo de miserias ajenas

Quizá sea esa falta de condena de un estado de cosas deplorable la principal virtud de una obra tan imperfecta como resultona -rasgos básicos de la reciente UN NOVIO PARA YASMINA (Irene Cardona, 2008), centrada en el tema de la inmigración-. El tándem, rebosante de ilusiones, deja en el tintero el virtuosismo técnico, el aplomo narrativo, la filigrana rítmica, y ataca con más corazón que otra cosa. Su película es el pequeño trayecto por una rutina alienante que cada día asedia a millones de empleados temporales en este país de precariedad laboral, de estúpida sumisión al horario de ocho horas a destajo.

Figueira y Muruzábal componen al alimón un canto a la esperanza en mitad de vulgares polígonos industriales, de madrugones y horarios de autobuses, de monotonía y tiempo para el bocadillo envuelto en papel de aluminio. Mucho empeño y poco presupuesto se han necesitado para definir los márgenes de la felicidad en mitad de un entorno donde ésta escasea, hostil a las relaciones humanas. Digno retrato de la lucha diaria que imbrica de forma admirable los conflictos familiares con la mecánica empresarial, apuntando de paso la falta de comunicación en las parejas, entre padres e hijos como reflejo paralelo

Se erige así esta historia en paradigma de un cine menos cerebral que auténtico que deja asomar los pespuntes, su ortografía de principiantes cuyo entusiasmo cubre las carencias visuales y algún exceso en actores sin experiencia. Son los males menores en un recuento de virtudes que la adhieren con orgullo al universo de Benito Zambrano (SOLAS, 1999), de Fernando León (LOS LUNES AL SOL, 2002), de Icíar Bollaín (TE DOY MIS OJOS, 2003), de Jesús Ponce (15 DÍAS CONTIGO, 2005) y otros documentalistas de las crudezas del día a día, la cámara y el corazón apegados a los trozos de vida anodina, el ojo curioso frente a la cotidiana mediocridad de los de siempre.


1 comentario:
Un blog muy interesante y cinéfilo q he conocido por la más pura de las casualidades. A partir de ahora será un lugar de referencia.
Enhorabuena por el esfuerzo. Un saludo.
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