27/8/08

CHE, EL ARGENTINO: la revolución sin pasión

Tiene este Benicio lo que pocas estrellas del orbe mediático, carisma, dicho en mayúsculas y a bocajarro. Más aquí, si cabe, que en anteriores encarnaciones ficticias, siempre bordadas a hilazo de fina introspección, con los pertrechos de un talento orgánico, puro. Desde ya no concibo otro actor -búsquese en el diccionario el sentido de este vocablo prostituido- más dotado para hacer vivo un personaje al que nuestra memoria se empecina en reservar hueco en la despensa idólatra del siglo ya muerto. Ningún nombre como el suyo para nutrir las esperanzas ahora confirmadas de mímesis sin fisuras, simbiosis perfecta entre individuo real y su figura representada, la comunión ideal que salta hasta el patio de butacas rasgando la pantalla sin contemplaciones.

Por si lo anterior fuera poca razón, a estas alturas nadie cuestionará el talento de Soderbergh para abordar una suerte de biopic sobre Ernesto Guevara. El autor de SEXO, MENTIRAS Y CINTAS DE VÍDEO (1989), paradigma del fenómeno indie norteamericano de principios de los 90, ha trufado su obra de sólidas piezas, bien plegadas a los dictados del más liviano mainstream, bien siguiendo su propia estela creativa paralela al becerril cauce de cifras. Presumo un cosquilleo en la fibra emocional del director, un impulso muy personal por fotografiar al guerrillero, un deseo largamente gestado y al fin cristalizado. Proyecto mastodóntico y un punto suicida éste que asume ahora, aún contando con el impulso financiero y creativo de su protagonista, un del Toro calzándose a medida uno de esos iconos irrefutables, emblema entre emblemas, símbolo asumido por la masa, nunca falta de adalides de causas nobles. Sobre estos dos nombres -de nuevo unidos tras la premiada TRAFFIC (2000)- gravitará cualquier operación de marketing destinada a filtrar en taquilla una arriesgada unión de fuerzas, una obra difícil cuyos valores podrían verse eclipsados por el carisma de director y estrella. Nada más injusto, tratándose del correligionario de Fidel Castro, su mano derecha en la estrategia, al final líder por méritos propios de todo un marco generacional definido por seísmos ideológicos. Qué tiempos aquéllos en que aún se tenían ideas para cambiar el mundo.

Parece querer impregnar Soderbergh esta CHE, EL ARGENTINO con el aliento de obra total y definitiva sobre el personaje, pese a no cubrir todo un periplo vital y centrarse en un tramo muy concreto de su experiencia paramilitar. Tras presentarse en Cannes en todas sus cuatro horas y media, ha sido mutilada en dos partes para evitar el empacho del respetable y, de paso, mitigar el posible batacazo del distribuidor -de juicio sometido siempre a su interés, como es lógico-. Habrá que valorar por tanto esta primera entrega, de discurso -hay que decirlo- no muy sometido al corpiño de una hagiografía reivindicativa del héroe que tanto tufo ha desprendido otras veces. El director, seguro del material que maneja, se adentra en una narración meticulosa sobre el período de formación en la actividad clandestina del grupo de rebeldes opuestos a la dictadura militar de Batista, comandados por este extranjero que no tardaría en enraizarse a la idiosincrasia cubana.

La pintura del protagonista y su cohorte, de toda su convivencia en la selva, de sus escaramuzas y diatribas politizadas, se articula en un metraje por momentos denso, un punto desequilibrado en ritmo y distribución episódica de los hechos. Abotonada con un lenguaje semidocumental, Soderbergh demuestra en su película lo que mejor sabe aunque esta vez se quede a medio camino. Combina texturas, salta en el tiempo y otorga firmeza narrativa, pero cuesta empatizar con los personajes escogidos más allá de los fautores del levantamiento. Los hermanos Castro -acertados Damián Bichir y Rodrigo Santoro- sobresalen entre tanto relleno de secundarios de bulto que pasan ante nosotros sin que la emoción empape los hechos más dramáticos en los que se ven envueltos. Arrimados hombros y fusiles, solapados ideales, quimeras y entusiasmo sin concesiones, la aventura guerrillera se estanca en la descripción exhaustiva con voz en off de Guevara ilustrando reflexiones morales, éticas e ideológicas del conflicto, su miedo, su coraje, su fé. Queda claro el mensaje de dignidad, tan bello, tan poético, tan necesitado de un aliento dramático que la profesional mano de Soderbergh se ve incapaz de plasmar.

Me cuentan que el segundo segmento de la obra acentúa las tribulaciones existenciales del Che, aquí esbozadas en estos parlamentos internos. Ignoro si ni siquiera verá la luz comercial, a la vista del primer bocado al bolsillo del populacho nostálgico de viejas y necesarias luchas. Es de suponer que también prevalecerá una épica de diseño armada con la afilada sintaxis propia del director y una rugosa apuesta estética, apenas imbuida del mínimo torrente emotivo con que gozar el perfil de un héroe involuntario, insaquesible al mercadeo de sus ideas, alérgico al desaliento. Por ello se echa de menos mayor calado humano entre tanto insurrecto, a Soderbergh hay que exigirle algún énfasis en el sólido artefacto desplegado, mayor hondura y calidez.

El trayecto termina por agotar, no por el peligroso didactismo de púlpito, tampoco por un esquematismo maniqueo, menos aún por exceso de gloria en el retrato. Es la fría mecánica descriptiva el lastre para traspasarnos. Es el refugio en el rigor, la reiteración del juego temporal y una paradójica morosidad lo que empantana la mirada respetuosa hacia un Che más cerebral que apasionante. La batalla por abrir nuevos senderos de libertad social -que es la nuestra propia- se revela desajustada entre las ambiciones testimoniales que la engendran y la escasa seducción de su puesta en imágenes. Triste ración de desconcierto por llevar la firma y el rostro estelar que lleva.

2 comentarios:

Kasker dijo...

Siempre me asombró el asombroso parecido físico entre el Ché y Javier Bardém, no se como Soderbergh no pensó en él para este film, supongo q actualmente Benicio tiene más peso en Hollywood, aunque con el tiempo... ya veremos!. A pesar de las advertencias, tengo q ver esta película y salir de dudas. Entonces volveré para contarte mis impresiones.

Un saludo.

Anónimo dijo...

Pues a mí me ha gustado la peli. Cierto que peca de impersonal y arrítmica, pero me parece acertado por parte de Soderbergh soslayar una visión ya muy vista (y con la que podría haberse apuntado muchos tantos entre tanto revolucionario progresista de salón). Ha primado en cambio un acercamiento cauteloso, que en cierto modo "desactiva" al icono y lo vuelve un misterio a interpretar por el espectador.