26/8/08

HACE MUCHO QUE TE QUIERO: reconciliación con la vida

El rostro blanquecino y adusto lo dice todo. La mirada acuosa, como sumida en una intimidad infranqueable. Una cara serena, refugiada en su propio dolor, elocuente sin palabrería gratuita. Reconozco una debilidad especial por Kristin Scott Thomas, primerísimo plano en el cartel de esta película. Cualquier personaje sale ensanchado por la firme mirada, el gesto elegante, el velo de misterio que impregna cada una de sus escenas. Pertenece a esa rara estirpe de actrices que despiden talento a poro abierto, curtido en escenarios y aprovechado en el cine como sello indeleble de calidad. Cierto que está en esa edad borrosa en que la mujer actriz -angloparlantes incluidas- se ignora o se desprecia, con mucha suerte es recluida a títulos de tercera o a presencias tan brillantes como fugaces. Luego están las excepciones, claro está, la Sarandon, la Streep y poco más. Ella adoptó Francia como patria y nos recompensa con puntuales presencias que engordan el caché artístico de los proyectos que asume. Philippe Claudel, para abrir aún más su abanico multidisciplinar, debuta tras la cámara con Scott Thomas amadrinando una función triste, llena de silencios y miradas, el peso del pasado a lomos de una pequeña gran actriz como ella.

Porque suyos son los hombros que soportan la pesadilla de un pasado sin enmienda posible, sólo de este personaje el tormento de la culpa, la agonía ante el peor de los crímenes, el homicidio que la tensa escena final revelará hasta piadoso. Pero el trayecto hacia ese necesario reproche duele. Destroza por dentro no poder ni saber expresar la pesadumbre, darle voz, soltar lastre y seguir luchando. Elsa Zylberstein es la hermana comprensiva, la sonrisa fraternal, el codo con que afrontar la vuelta a la vida. Con ella entona la actriz británica la discreta pieza de cámara pergeñada para dos instrumentos afinadísimos, dos piezas de un reencuentro familiar en un relato denso y muy francés en sus retazos literarios. Deja constancia Claudel de su maleta de escritor, conjuga bien el verbo reconciliar, salir a flote, y lo hace con el talento de sus dos actrices, a las que mima y confía un texto irregular, bastante escorado hacia el género intimista que un día algún iluminado llamaría de autor, poniendo una carne en el asador de las emociones que sólo a trozos se absorbe hasta el tuétano.

La atmósfera anunciada en los créditos del inicio no engaña. La tragedia se vislumbra, adivinamos sin esfuerzo el tono grave que embadurnará una historia de heridas aún abiertas, enterradas bajo el mutismo y la ausencia. Una historia -sin destripar el secreto de la trama- a vueltas con la maternidad y sus actos de amor, pero también con la familia, ese nido de felicidad construida, frágil y envidiable para quien se vio privado de ella. El director escarba aún más y esboza un encuentro entre seres maduros, víctimas de un idéntico sentimiento de ahogo y desarraigo, el escarceo de la protagonista con el personaje masculino mejor definido, al menos el de mayor peso dramático. Algún otro secundario, sin embargo, caerá por la pendiente del tópico generacional o la más rotunda fatalidad en lo que se antoja un subrayado excesivo, por muy preparados que andemos para afrontar las tinieblas ocultas tras la luz. Aún así, el proceso se embarra en escenas alargadas, algunas de escaso valor en la busca de intensidad, desequilibrando el ritmo general. No dudo del honesto esfuerzo de Claudel por arroparse con el manto de un cine serio, de etiqueta genuinamente gala. Es por lo que abundan los guiños culturales, las conversaciones entre culturetas burgueses, las cenas ilustradas de gente que no lo es. Y aquí entran en juego las apariencias, el valor de lo que se calla y termina por estallar, pero la gravedad no acentúa el contagio de ese equipaje emocional, no termina de cautivar pese al valiente esfuerzo del dueto estelar.

La prueba la aporta un final apresurado, la cámara en plano picado sobre unas escaleras que alojan la discusión entre hermanas, su cara a cara catártico y necesario. El instante esperado, pletórico de lamentos, las venas tumefactas por el desgarro y una solución de guión correcta pero incapaz de levantar el engarce previo de elementos al nivel de contundencia que todos preveíamos. No nos sentimos seducidos, atravesados o encenagados ante tal despliegue de introspección, y eso contando con la promesa de una elegante dirección que enarbola la sobriedad como arma con que defender su estudio psicológico. Buena caligrafía apenas tildada, contenido retrato que indaga en los lazos afectivos, los errores que carcomen y las oportunidades de redención, mejor con ayuda de quienes nunca cedieron al olvido. Los que siempre están ahí para ayudarte a recuperar la vida perdida entre rejas, espectral de tanta soledad, doliente cadáver asfixiado de culpa, soñando con el perdón más difícil de obtener.

3 comentarios:

Raúl dijo...

Descubro tu blog. Descubro también opiniones valientes, muchas de las veces, discordantes con posturas -llamémoslas- más complacientes.
Un saludo.

Anónimo dijo...

Me ha encantado tu articulo. Gracias!
Si tienes tiempo, echa un vistazo aqui: http://lawebdekristin.blogspot.com/

Anónimo dijo...

Me gusta la reseña que haces de esta película, seguramente porque coincido en lo principal: el trabajo de Kristin Scott es lo mejor y más relevante del film sin lugar a dudas.
Un saludo!