11/8/08

WALL·E: la magia reinventada

Afronto el comentario de WALL·E con la ceguera del niño que, según dicen, todos albergamos, y que, sin apenas barruntarlo, irrumpió desbocado ante estas imágenes deliciosas. Me recuerdo extasiado, la boca abierta, pletórica la pupila, erizado el vello del tierno espectador que un día fui, el aprendiz de cinéfilo sin juicio formado ni prejuicios contaminantes. Quiere la fortuna revelarse muy de vez en cuando a la manera de este cine facturado para avivar el recuerdo de todo el que -como yo- dejó la infancia y se instaló en una edad adulta dada a otros placeres, abandonada por la mirada inocente, el color de los sueños agrisado de rutina. En éstas que van los magos de la Pixar y reinciden en su noble misión salvadora, retirados en su Olimpo creativo donde siguen pariendo los objetos de nuestras quimeras como sucesivas mordidas a la ilusión que una vez remudó. La vida es eso, proceso de cambio perpetuo incapaz de recobrar antiguas pasiones con la misma luz, aunque a veces oxigene la memoria, el ánimo se vea excitado y -cómo no- el corazón quede inyectado de nueva vida, casi siempre sobre una enorme pantalla y en la tiniebla gozosa de la sala.

Nunca el cine más constructor de la fantasía colectiva como en las raciones periódicas de magia desde una seminal TOY STORY (John Lasseter, 1995), eso si no sumamos la maleta de sueños aportada por el monopolio Disney durante décadas.Listos como perro hambriento, los de la factoría clásica vieron en la prestigiosa compañía californiana el perfil de su nueva etapa creativa. Nuevos tiempos enmarcan gustos que mutan, el cine para niños -perdón, adultos que se descubren niños- se reinventa con lo digital, engorda las arcas del directivo astuto y, sin escatimar en medios, nos catapulta a esa oscura esquina del deseo amortiguado. Puro placer del cine cuando asalta la fibra de una sensibilidad que empezaba a ser difusa, agazapada tras el consumo ingente de estupidez, apagada por años de asepsia y mediocridad.

No iba a ser menos con esta insólita fábula galáctica, que es también cuento de amor estelar, que a su vez es parábola protoecologista, que en su seno acoge una mordaz sátira al modo de vida occidental. Las armas de asalto son las mismas. Borrachera de color, festival luminoso, prodigiosa narrativa, moralina algo tosca pero eficaz. La costumbre podría disipar la fuerza de seducción de una técnica virtuosa, el magnetismo de lo animado hasta rebajarle méritos. Pero pronto se revela Andrew Stanton -comandante de la nave tras BICHOS (1998) y BUSCANDO A NEMO (2003)- capaz de hacer pleno con las mismas cartas que en entregas anteriores aunque remarque el tono sombrío en un potente inicio. El mundo apocalíptico, alfombrado de escombros dibuja la metáfora que late bajo un relato de costura naif, al fin arrastrado al torbellino infográfico marca de la casa. Por eso lo mejor de la película está en la primera parte, donde el perfecto engranaje visual -aquí más afinado que nunca, podría jurarse que es imagen real- ofrece espacios sucios, tenebrosos encuadres, un juego con la profundidad de campo tan desolador como fascinante, en plena sintonía con el mensaje de pesadumbre que articula el que tal vez sea el guión más arriesgado de la última etapa de Pixar -en mi opinión, digno de relecturas como LOS INCREÍBLES (Brad Bird, 2004)-. La admiración no cesa en este segmento catastrofista, por lo que se nos quiere contar y por las formas, casi perturbadoras. Y es que los hechiceros han apostado aquí -cuestionable decisión para ganarse la atención de los niños, ya se sabe que dispersa- por el silencio, la total ausencia de diálogos sólo salpicada por una minuciosa banda de ruidos con los que describir esta atmósfera opresiva y grisácea.Como en un tributo al arte de la imagen pura antes de la perversión sonora -hablo de lo genuino del cine, lo que lo define-, no se requieren palabras para conocer al robot WALL·E, su rutina, su soledad, sus propios refugios -genial guiño cinéfilo-. Acurrucados en la butaca nos dejamos pellizcar por la ternura de esta suerte de Charlot solo en la Tierra, nos cautiva el encanto de lo artesano en contraste con la apolínea E·VE, rutilante emisaria de la misión espacial con la que su vida dará un giro. Stanton abre las líneas de la acción y mima a su protagonista para conceder poco a poco el gusto de la emoción que irá fluyendo en la aventura. Historia de amor entre dos extraños, dos fases de un proceso tecnológico para nada alejado de lo posible. Así, se me antoja que la película es dos películas a la vez, un divertido romance entre desperdicios insertado en un alegato de tinte futurista, todo un tirón de orejas por el mundo que nos empeñamos en fomentar. Si funcionan en equilibrio dependerá del entusiasmo o el recelo de cada cual. Sólo me quedó la sensación leve de que el fuelle se pierde en el tramo con los humanos, y no por flojera del timón narrativo -frenético como es de esperar-, sólo por hacer evidente la condena que un deslumbrante, casi espectral prólogo se encargaba de sugerir.

Impresiones aparte, a la vista y disfrute está la sabia fusión entre un fondo de trazo descorazonador y su brillante traslado plástico, por muy calculada que resulte la fórmula que obra el prodigio. Habrá quien sancione esta maquinaria programada para emocionar, la escasa dimensión de artefactos cuyas piezas se ensamblan sin otro recurso que un diseño fastuoso. Más allá de polémicas, WALL·E no debe despreciarse como distopía sobre el planeta que nos espera, alerta reveladora sobre primitivos modos de estar en el mundo, de manejar el entorno natural y caer en la falacia del consumismo y las comodidades (¿válvulas de felicidad?). Todo ello en un embalaje primoroso, pura vitalidad en mitad de la nada, inteligencia creativa al absorber influencias de viejos clásicos -el genio esteticista de Kubrick flota en el ambiente- para renovarlas a chorros de ingenio y brío, rindiendo culto a la magia sin condiciones. Sólo queda encarar ese íntimo recodo iluminado en nuestro corazón y abandonarse al placer. Como el niño soñador que todos seguimos siendo. Al menos yo así me sentí.

8 comentarios:

Emilio Calvo de Mora dijo...

Estupendo arranque nostálgico (viva la infancia, viva la adolescencia, viva la vida, que dirían los coldplay) en tu reseña (estupenda también) sobre Wall-E. Yo no la he visto. Mi hijo va hoy con unos amigos y luego me contará. Tiene buen ojo. Tiene mucha competencia, pero le haré un huequecito. Saludos, my friend.

Anónimo dijo...

En efecto, esta reseña es una de las mejores que he leído sobre Wall-E, otras apuestan en exceso por los lugares comunes.

Yo a la peli le pondría una pega relacionada SPOILER SPOILER SPOILER con el hecho de que Wall-E recupere la memoria, tras unos momentos de incertidumbre que me pusieron un nudo en la garganta. ¿No creéis que hubiese sido valiente por parte de Pixar dejar al espectador helado con un final implacable pero muy bonito, en el que Eve hubiese desarrollado una "educación sentimental" gracias a Wall-E y él por contra la hubiese perdido? FIN SPOILER

Anónimo dijo...

Amigo Diego, hubiera redondeado la que para mí es la apuesta menos pueril de la todopoderosa Pixar. Como tú dices, el final habría dejado K.O sobre todo a los adultos, porque no creo que la infancia (por muy generación Play Station que sea, o sea, por muy espabilados que se crean) captara la heterodoxia del guión, su salida de la norma, del final complaciente que se espera (no hay que olvidar que detrás está Disney, que ha cambiado de traje pero no de espíritu). Pues eso, que los adultos, acompañantes de los niños palomiteros, hubieran abierto aún más la boca, y reconocido que quizás no tengan que salir corriendo al Fnac a comprar ésta como sí hicieron con Nemo o Ratatouille...Bueno, ellos quizá no, pero yo, sin hijos ni ganas de tenerlos, la pillaré el día que la lancen...jejej.

Un saludo!!!

Anónimo dijo...

Me hizo gracia la comparación con Charlot, je je...
Como excusa para verla, llevé al cine a mi hijo y nos encandiló a ambos. Y no es tan sencillo humanizar a un robot como casi siempre hacen con animalillos. Muy lograda, sí señor.
El tema del mensaje es asunto aparte... Porque no deja de ser, al menos, curioso, que el país que está a la cabeza de saltarse los acuerdos de Kioto (por ej) sea el baluarte de la política ecologista (recuerda el último Nobel a Al Gore). pero, esto, sería otro tema...
Un saludo!

Anónimo dijo...

Es verdad, Babel, es el país de los contrastes...de hecho, ¿de qué otra forma se concibe que sea la cuna de los avances en fitness y a la vez el país con mayor índice de obesidad (la cual intenta asociar Michael Moore al atracón de hamburguesas por ciudadano medio en yanquilandia)? Y muchas cosas más...

En WALL-E agradezco que se hable de un tema tan inquietante tratándose de una cinta PARA NIÑOS (no me incluyo yo, que a mis 33 años de vez en cuando descubro el que llevo dentro de mí), aunque es lógico que tampoco se escarbe mucho en la cuestión, para lo cual dibujan una tierna historia de amor entre robots totalmente opuestos. Si se escarbara, ya no sería para niños (éstos se encontrarían más perdidos que un ratón en una discoteca) y pasaría a igualar a PERSÉPOLIS, por poner un ejemplo de animación para adultos, donde los dibujos naif no eran sinónimo de mensaje naif precisamente, como sí es en las pelis de Pixar. Por eso me quedo con la primera parte, por lo oscuro, por lo inquietante, por dejarte entrever tantas cosas sin una palabra, por dejarte pensar que los tiempos de la sirenita ya pasaron...

Un saludo!

Anónimo dijo...

Es verdad, Babel, es el país de los contrastes...de hecho, ¿de qué otra forma se concibe que sea la cuna de los avances en fitness y a la vez el país con mayor índice de obesidad (la cual intenta asociar Michael Moore al atracón de hamburguesas por ciudadano medio en yanquilandia)? Y muchas cosas más...

En WALL-E agradezco que se hable de un tema tan inquietante tratándose de una cinta PARA NIÑOS (no me incluyo yo, que a mis 33 años de vez en cuando descubro el que llevo dentro de mí), aunque es lógico que tampoco se escarbe mucho en la cuestión, para lo cual dibujan una tierna historia de amor entre robots totalmente opuestos. Si se escarbara, ya no sería para niños (éstos se encontrarían más perdidos que un ratón en una discoteca) y pasaría a igualar a PERSÉPOLIS, por poner un ejemplo de animación para adultos, donde los dibujos naif no eran sinónimo de mensaje naif precisamente, como sí es en las pelis de Pixar. Por eso me quedo con la primera parte, por lo oscuro, por lo inquietante, por dejarte entrever tantas cosas sin una palabra, por dejarte pensar que los tiempos de la sirenita ya pasaron...

Un saludo!

Redrum dijo...

Cuántas ganas de matar al pobre Wall·E sólo para eludir el happy-ending...

De acuerdo contigo en la crítica (excelente, por otro lado), pero nos centramos en ese niño que despierta Pixar con esta obra maestra, y no creo que sea exactamente eso. Pureza e infancia no son exactamente lo mismo.

De hecho, la magistral primera parte no es para todos los públicos (en su pleno disfrute).

Sinceramente, que un film "mudo", animado, con un robot como protagonista, que sin drama puro por medio sea capaz de hacerte brotar lágrimas es para quitarse el sombrero, y desde luego irá directa a mi dvdteca.

¡1 saludo!

Anónimo dijo...

¿Y qué me decís de la banda sonora? Yo no hago mas que volar con ella...