27/6/08

NÁUFRAGOS. VENGO DE UN AVIÓN QUE CAYÓ EN LAS MONTAÑAS: supervivientes, 36 años después

Ya era hora. Por fin se ha hecho justicia con uno de los capítulos más nefastos de la era moderna. El tormento que estimuló la lucha por la vida en mitad de ningún sitio recupera su voz. La voz múltiple, pura y desnuda de quienes pudieron superar el horror y hablan para contarnos su experiencia. Se echaba a faltar una visión honesta, sin aditivos escabrosos, de la tragedia aérea de Los Andes que hace tres décadas sembró de angustia la mirada de medio mundo. El uruguayo Gonzalo Arijón, amigo personal de algunas víctimas, deja que los 16 supervivientes sean los únicos protagonistas de este documento poderoso y lo eleven a la máxima expresión de fidelidad hacia una historia que otros quisieron convertir en trivial espectáculo.

Suele ser el documental el género perfecto para sublimar el efecto de la cruda realidad, es por lo que Arijón logra asaltar la noble fibra de nuestra sensibilidad sin acariciar el gratuito efectismo. Combinando los testimonios ante la cámara con imágenes de archivo y una reconstrucción ficcionada de los hechos, NÁUFRAGOS escarba en una pesadilla que, por sí misma, revistió una enorme carga de solidaridad, esperanza, sentido de la dignidad y esfuerzo común por subsistir. Los grandes valores que ninguna producción hollywoodiense -VIVEN (Frank Marshall, 1993)- lograría plasmar sin caer en la víscera, en el morboso peaje hacia el pelotazo comercial.

En verdad se hace duro ver, escuchar, sentir lo que aparece ante nosotros por saberlo elaborado desde la memoria de sus actores, por tener la certeza de que el dolor, la desesperanza, la sombra de la muerte les acuciaron en más de dos meses de calvario. Porque todo eso ocurrió. Pero además, Arijón se vale de una gama de recursos narrativos y visuales que potencian el efecto dramático de las palabras, impregnando la narración polifónica de los hechos del mínimo regusto a buen cine, digno, sin manipular, espeluznante. Voces, imágenes, sonidos, sensaciones que, desde la subjetividad, enhebran una valiente oda al triunfo del espíritu humano. Pero auténtica esta vez, aunque parezca una torpe estrategia de marketing. Aunque suene a solución fácil del peor de los melodramas.

NÁUFRAGOS se estructura en torno a un viaje conmemorativo que algunos de los protagonistas hacen al lugar de los hechos, ahora con sus familiares. Su presencia física allí donde el avión se estrelló acentúa la escalofriante secuencia del pasado, la elocuencia de las fotografías, el amargo peso del recuerdo. Con buen pulso narrativo nos sumerge
Arijón en el drama, revelando la ilusión del viaje, el pánico por la incertidumbre, la unión para sortear la derrota, las ganas de vivir. Y, por encima de todo lo demás, llama la atención la espiritualidad de los chicos, esa sólida fé en la que se escudaron a la hora de vencer la inanición. El debate estuvo servido en la opinión pública durante años. Canibalismo para algunos. Para la mayoría, único recurso en el abismo de la muerte anunciada. En cualquier caso, el enfoque del director evita caer en el juicio o la condena hacia los hechos, es la grandeza de un film que descubre la fuerza de la razón en las más extremas situaciones, la prueba que calibra nuestro lado más civilizado cuando la desesperación nos ahoga.

El dilema moral que asaltó a los jóvenes trascendió hasta convertir su experiencia en una hazaña sin precedentes, y éste es el mejor homenaje que puede imaginarse.Un ejemplo vívido y emocionante de los miedos del hombre frente a la naturaleza, de la ilusión tejida con los flecos del infortunio, de los límites que se rebasan cuando apremia el deseo de sobrevivir. No está mal hacer memoria. Casi es necesario recordar que en ocasiones cualquiera puede convertirse en héroe involuntario ante un capricho del destino.

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