
Acabo de ver tu última película, la que has titulado de forma tan breve para condensar sentimientos tan enormes. Acostumbrado a un cine de emociones compradas en todo a cien y a una banalización del amor en historias vacías, reconozco que tu última obra supera la media. No hay duda. De lo que no estoy tan seguro es de si supera tu propio nivel artístico. Como creadora, yo veo mucho más que esos aires de grandeza que tus detractores aducen para crucificarte. Veo muchísimo más allá de etéreos y livianos aromas a anuncio de compresas, más allá de los ocasionales visos de antigua publicista. En general llego a superar el discreto velo de pretenciosidad que podría cubrir tus historias tan generosas, tan humanas. Y puedo hacerlo porque me pareces convincente como directora, tus personajes muestran heridas identificables, tus relatos saben guiarme por caminos tortuosos, por todos y cada uno de los colores del dolor.


Tengo que decirte, Isabel, que con ELEGY no has podido revalidar tu título. No. Aunque me cueste admitirlo. No he podido asentarme en ninguno de los estados emocionales que adivinaba tras ese cartel fragmentado y misterioso. Reconozco, eso sí, que la historia me tentaba. Supongo que te atrajeron sus personajes encerrados en una relación más asfixiante que liberadora, descubierta en la plenitud de una vida que siempre se cerraba al amor. No está mal.

Pero no, querida Isabel, a cambio nos entregas un relato templado, distante, sin poder de seducción, con un estudiado dibujo de la pasión incapaz de abrasarnos. Pretendes hablarnos de la belleza, del cambiante valor estético de las cosas, de la soledad, del miedo a enamorarse y del compromiso, del sexo

El problema es que quizá no se pueda trasladar a tu íntimo -ya nuestro- universo de soledades compartidas esta historia tormentosa. ELEGY respira con un tempo ahogado, se revela como obra concebida para sofocarnos. El aire puede cortarse, los sentimientos van comprimidos dentro de límites que no pueden traspasar. No consiguen rebasar sus márgenes para que compartamos el dolor con los amantes. Supongo que la novela original irá construyendo la pasión para

Tu última obra es una pieza de cámara exquisita, con un lenguaje formal pulido, adherido al terreno de lo indie, pero con mayor peso intelectual en el material narrativo. Está en la línea de los trabajos quirúrgicos de Alan Rudolph, paradigma del cine independiente con clase, cubierto de un paño de alta costura en sus análisis sentimentales. Esta película también disecciona los encuentros entre David y Consuela, insertando la ironía en mitad del drama, enfrentando al turbulento subconsciente del profesor la frescura y expresiva serenidad de la alumna cubana. Es una explosión de psicologías opuestas que se reconocen en el sexo y terminan implicándose, en un nada convencional enamoramiento que el guión define sin que cobre vida en la pantalla. Quiere ser torbellino y no pasa de brisa empaquetada con estilo.

¿Qué te ha ocurrido, Isabel Coixet? No descubro aquí nada que me entusiasme, me provoque compasión, o desasosiego, o ira, o ese estremecimiento que llega sin avisar. ELEGY va desenvolviéndose con ritmo lento, con cierta morosidad en algunas secuencias y un tono monocorde potenciado por la -en ocasiones- irritante voz en off del protagonista. Aquí flirteas con la pedantería, no sólo por el ambiente donde se mueven los personajes, no sólo por el carácter reflexivo de los diálogos, ni por lo forzado de algunas reacciones, sino también por tu énfasis en que todo fluya bajo el signo de la fatalidad, por ciertas marcas visuales -encuadres, movimientos de cámara, música- que acentúan un relato ya de por sí estreñido. Dejas muy claro que David y Consuela sufren, que el destino no está dispuesto a unirlos. ¿Es culpa tuya o de Roth? No sé, no sé.
En fin, querida Isabel, me cuesta reconocerlo, pero supongo que tendré que revisar esta elegía apesadumbrada.

Y si la vuelvo a ver, será para confirmar mi opinión sobre un asombroso fenómeno natural, Ben Kingsley. Es un equilibrista, un auténtico genio. Su trabajo destila una implicación brutal con el cínico, libertario y escéptico David Kepesh. Tienes razón al decir que haría de silla si se lo pidieras. Me lo creo. Su mirada es compleja y magnética, con poder para fascinar y desconcertar por igual. Sólo él podría introducirse en un personaje tan rico en matices como este animal moribundo. Pero siento decirte que pocas son las chispas que provoca con Penélope Cruz, que vuelve a hacer de ella misma, tan sexual como siempre -por mucho que digas que ha nacido para encarnar a Consuela Castillo-. La escena en que ella se desnuda para ser una privada maja goyesca es la única que eleva el nivel en una historia afectada, presuntamente poética, un discreto y minimalista boceto de emociones que no nos roba la nuestra.


1 comentario:
Soberbio!! No tengo palabras. Ojalá Isabel algún día pudiese leer este análisis tan acertado de su obra.
Tu admirador nº 1 se rinde, una vez más, a sus pies, MAESTRO
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