30/4/08

COBARDES: educación para la ciudadanía

Hace un par de años que TAPAS se reveló como una de las sorpresas del sufrido cine patrio, jugando la carta de un realismo de barrio de sabor agridulce que se llevó al público de calle. Los debutantes Juan Cruz y José Corbacho pretendían contarnos esos trozos de vida con estudiada frescura y un tono acartonado más propio del formato televisivo, apoyándose en un sólido equipo de actores que dignificaban el asunto. COBARDES retoma el mismo espíritu crítico, aunque lo enfoca a un universo diferente.

Están de enhorabuena los que proclaman el lamentable ombliguismo de nuestra industria, su escasa capacidad para escapar de un espectro temático que se agota por repetición. Podrán regodearse con esta nueva muestra de un almacén llamado cine social, que tiene en niños, adolescentes y demás criaturas monstruosas fuertes asideras argumentales. La película aborda el acoso escolar, una de las lacras en el sistema maleducativo nacional que más prensa y telediarios ha acaparado. El astuto tándem C&C traza un relato en torno al bullying -que así llaman al fenómeno-, narrando la experiencia desde la doble perspectiva del acosador y el acosado. Guille, hijo de un concejal del ayuntamiento, parece ser el hijo perfecto, de no ser el gusto que siente cuando humilla y maltrata a su compañero de clase Gaby sólo por ser pelirrojo. Con materia tan jugosa construyen los directores un relato voluntarioso y algo esquemático, aunque en cierto modo valiente en sus intenciones.

Las remotas semejanzas con títulos como BARRIO (Fernando León de Aranoa, 1998), EL BOLA (Achero Mañas, 2000) o, si me apuran, HÉCTOR (Gracia Querejeta, 2004) y 7 VÍRGENES (Alberto Rodríguez, 2005) pueden emparentarlo con el subgénero centrado en la conflictiva adolescencia, pero no obtiene los méritos que sobraban a las anteriores. La fuerza de COBARDES reside en sus arrestos para pillar tan proceloso tema por los cuernos y elaborar una trama que no excede la hora y media. En ese tiempo concretan Cruz y Corbacho su historia en torno a los miedos que a todos nos asaltan, jóvenes y adultos, en la escuela y en la familia, en el trabajo y en las relaciones afectivas. Pero su discurso, por encima de la honestidad con que se plantea, se pone en pie con un aire demasiado doctrinario, tal y como un docto en materia de urbanidad ofrecería su clase magistral a una pandilla de púberes repletos de hormonas en ebullición. Da la molesta sensación de intentar edificarnos con un tema de candente presencia y una repercusión social que nadie niega, y a estas alturas a nadie le agrada que le hablen con tanta complacencia. Aunque se muestren verdades como puños.

La película se asemeja a un capítulo alargado de cualquier serie televisiva -del canal privado que ha financiado el proyecto, sin ir más lejos-, con todos los tics narrativos y estéticos que ello supone -diálogos, montaje de secuencias, uso de la música, dirección-. Mucha carrera les falta a C&C para redondear lo que no deja de ser una correcta radiografía de la generación sms, una narración que no profundiza en lo que plantea ni pretende juzgar a los personajes, y que, con mayor consistencia dramática, podría haber emocionado. Se queda el intento en un discreto manual sobre cobardías varias, un repaso al terror diario al que se enfrentan estos chavales, obligados a callar ante el desconcierto de sus padres. Padres igualmente asustados, con sus propios temores, con su pánico a no dar la talla en el trabajo, con inmadura incapacidad para establecer puentes de comunicación en el seno familiar.

COBARDES, los adolescentes, los progenitores y también los profesores, culpables o víctimas de un fracaso común, de la progresiva erosión de los escasos valores que aún rigen nuestra convivencia. La película tampoco se moja demasiado en finales concluyentes, sólo muestra que el orden de las cosas puede alterarse, que los que antes eran perseguidos y vejados pueden erigirse en líderes, en inductores del miedo y la vergüenza. Junto a la trama principal, se abre alguna otra subtrama satélite discursiva y más enfática -el personaje del mafioso argentino es innecesario, sirve sólo para aleccionar a Gaby, y a nosotros de paso- que aporta poco al conjunto.

Cruz y Corbacho puntúan su relato con una ligera aspiración crítica, aunque no termina de cuajar como obra de denuncia, cosa que es de agradecer. Más bien se estanca en su modesto tratado sobre la marginalidad impuesta y el coraje necesario para vencerla, con un tono dramático al que se ajusta como un guante el sólido equipo de actores -Elvira Mínguez, qué buena eres-. Los créditos aparecen y las preguntas también. La película no estimulará la fibra sensible, pero sí permite cuestionarnos ciertas cosas, interrogantes que quizá no hallen respuesta. Las razonables dudas en torno a una sociedad que ensalza a los falsos valientes y hace mártires sin motivos aparentes. O con ellos. Razones tan estúpidas como tener el pelo rojo.

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