15/4/08

TODOS ESTAMOS INVITADOS: el amargo sabor del miedo

Con miedo no se vive. No se puede retomar el curso de los días bajo la sombra de la amenaza. Es duro intuir los perfiles del terror en rostros cercanos, vecinos en la barra de la cafetería, en el mercado, bajo los soportales. Hay momentos reveladores en la nueva obra de Gutiérrez Aragón, de una tensión reconocible, elocuentes en su silencio. Son instantes brillantes, extraídos de una realidad tantas veces aireada en medios de comunicación. Momentos dolorosos que enhebran una película valiente y emotiva.

Quizá sea obvio afirmar la necesidad de un título como TODOS ESTAMOS INVITADOS en la cartelera. Por encima de preferencias personales ante la taquilla, la película se erige en insólita muestra de cine nacional –sin el controvertido sufijo- parido desde un compromiso vacío de victimismo. El director cántabro elige contar la experiencia de un gudari sin ceder a las mieles que material tan jugoso podría ofrecer.Para no convertir el proyecto en un panfleto, la historia ahonda en el aspecto psicológico de sus personajes, filtrando en imágenes sobrias y contundentes su esqueleto emocional claro, sin artificios, descorazonador. Cine desde las entrañas que nos escupe realidades feas, incómodas, grotescas.

Gutiérrez Aragón construye su relato a partir de un sabio equilibrio entre los flecos políticos del conflicto vasco y el efecto que produce en la vida cotidiana de los protagonistas. Josu Jon (Óscar Jaenada), joven etarra amnésico tras un accidente, y Xavier (José Coronado), crítico profesor universitario, encarnan las dos perspectivas sobre las que gravita esta honesta película. Ambos focalizan una visión de los hechos pegada a la estricta realidad, son los extremos de una lucha compleja, con demasiadas aristas, acostumbrada a ensombrecer el país que nos ha tocado vivir. El director, sin elevar el volumen discursivo, sin dogmatismos ni subrayados gratuitos, se escuda en la moderación, adoptando una actitud firme y ecuánime ante paisajes tan sombríos.Su película supera los peligros de un cine de denuncia y conquista territorios de humanidad, nacionales y nacionalistas, vascos y españoles, los únicos que nos reconcilian con nosotros mismos, con los temores y esperanzas que nos definen.

Muchas preguntas brotan de estas imágenes precisas, a veces crispadas, siempre sinceras. TODOS ESTAMOS INVITADOS nos pone un espejo ante los ojos y nos hace preguntas molestas pero insalvables, preguntas que los protagonistas se formulan sin encontrar respuestas en su entorno –familiar, eclesiástico, policial-. El antiguo luchador por la causa comprueba con estupor que sus recuerdos han borrado ese lado oscuro del pasado, un pasado que sus compañeros insisten en retomar y que ya no le acepta como antes. Es éste un personaje ambiguo, difícil, al que Jaenada aporta matices de ternura extraodinarios. Por su parte, el profesor diletante empieza a descubrir que las convicciones más democráticas tienen los dientes afilados, que la silueta del miedo acaba invadiendo la propia intimidad. El primerísimo plano con el que Coronado deja traslucir su angustia tras leer la nota recibida pone los pelos de punta. No le hacen falta muchos detalles a Gutiérrez Aragón para dibujar estos seres atormentados, bien por el reencuentro con viejos impulsos, bien por ser objeto de coacciones y siniestras advertencias. Su trazo huye del maniqueísmo torpe y el simplismo, siendo esta obra todo lo opuesto y aún más. Es un relato sólido, austero, que evita el cauce de la polémica para exponer su contenido narrativo. Un relato poliédrico como la sociedad que refleja, como ese País Vasco enfrentado a la angustia perpetua, a la cotidiana brecha entre un civismo conciliador y una conciencia histórica que traiciona sus propios valores sembrando el horror. Es el marco donde conceptos como paz, heroísmo, libertad o independencia se difuminan y terminan desvirtuando los propósitos más dignos. El autor de HABLA,MUDITA, SONÁMBULOS, DEMONIOS EN EL JARDÍN o VISIONARIOS dirige con pulso y sin alardes a dos actores excelentes, que entregan toda la densidad psicológica exigida en el guión. Sobre ellos recae el peso una acción que fusiona el tono costumbrista -con sabor a cocochas y a brisa norteña- con el poder onírico de ciertas escenas, discutibles pero eficaces para individualizar su espíritu crítico. Las pesadillas de Xavier transmiten el desasosiego y la amargura que deja la soledad ante las acusaciones. El delirio de Josu Jon en el hospital le hace dudar entre el sentido común –las secuelas en los más inocentes- y los instintos –la vuelta al crimen organizado-. Sólo él podrá elegir, arrastrándonos hacia un plano final liberador, de una belleza rotunda y contenida.

Una obra punzante, sin concesiones, profundamente ética, que oscila con absoluta maestría entre la comprensión y el desconcierto, entre el coraje y la desolación, entre la condena y una posible redención. La película nos recuerda la importancia del pasado para seguir adelante, del valor que otorgamos a la memoria como motor del progreso. Si TODOS ESTAMOS INVITADOS, habría que aceptar el gesto como testimonio lúcido de un tiempo contradictorio que asalta conciencias y viola la razón. Un tiempo de tinieblas que se cobra víctimas mediante extorsión, muerte y silencio. Siempre el silencio. Éste es el homenaje estremecedor a todos los que no olvidan para salvar su libertad, a todos aquéllos que alguna vez callaron para sobrevivir.

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