14/5/08

ABRÍGATE: ni frío ni calor

Mira que me enerva reconocerlo, pero no queda más remedio con ciertas películas. No puedo evitar sentir cierta vergüenza ajena ante títulos cuyas pretensiones están tan, tan hinchadas que no son más que un despropósito tras otro. No importa el género, apenas cuenta la nacionalidad, nada que ver con el director. Cuando algo falla, difícil es enmendarlo. El problema de ABRÍGATE es que su intentona por otorgar de coherencia y -algo crucial en este arte de mis amores- un mínimo de interés a la historia queda en agua estancada. Y lo más curioso es que no siento pena ni dolor por lo que pudo ser y no fue, sólo dejo constancia del desatino.

El proyecto hermana a España y Argentina en coproducción, aunque no tan lucida como en otras ocasiones. El gallego Ramón Costafreda debuta aquí como director de largos, y supongo que unirse al guionista de Juan José Campanella le hizo pensar en la fórmula mágica para triunfar. La idea es lícita, lo que no está claro es que anteriores éxitos sean garantía de nada, por mucho EL HIJO DE LA NOVIA y LUNA DE AVELLANEDA que brotaran de la pluma -¿o mejor del pc?- mágica del renombrado Fernando Castets. Podemos comprobar de esta forma los requiebros que da la vida -perdón, la industria-. ¿O será el gusto del público?

Sea lo que fuere, sólo me queda claro que este relato de pérdida y reencuentros, de lazos familiares rotos por la muerte o el paso del tiempo, de amores inesperados no cuaja. Y no lo hace porque -repito- quiere ser más de lo que acaba siendo. Primer problema. El tono de la historia pretende mezclar la comedia costumbrista -híbrido entre lo mediterráneo y lo porteño- con la comedia sentimental más surrealista, hiperbólica, lírica incluso. Sí, en la línea de AMELIE (Jean-Pierre Jeunet, 2001) o de la más reciente ODETTE, UNA COMEDIA SOBRE LA FELICIDAD (Eric-Emmanuel Schmitt, 2006), pero sin una gota de su encanto, de su espíritu optimista. La película se articula en una sucesión de escenas más insípidas que esperpénticas, algo erráticas, donde la gracia apenas se atisba y el fondo dramático carece de suficiente fuerza. Una suerte de fábula que no roza el mínimo poder de seducción para atraparnos.

Segundo problema. Los personajes, según lo anterior, no aportan ni comicidad ni melancolía ni ternura ni ninguno de los pliegues de la emoción que se pretende reflejar. Van conformando el hilo narrativo sin lograr una entidad que permita hacer memorable alguna de sus reacciones. El libreto de Castets y Castafreda -que incluye partes habladas en gallego- se revela incapaz de dar cuerpo a su peregrina inspiración, con lo que el equipo de actores -un sucedáneo de gallegos y argentinos encabezados por Manuela Pal, Félix Gómez, María Bouzas y Celso Bugallo- intenta transmitir con profesionalidad una evolución ante la que cuesta implicarse. Al final, no pueden superar unos diálogos muchas veces artificiosos, ni una puesta en escena plana e impersonal, ni ese halo general de poesía hasta molesto de puro impostado.

Me parecen suficientes estos impedimentos para que una obra como ABRÍGATE pueda obtener la complicidad con el espectador que su punto de partida haría suponer. Antes absurda que nostálgica, irritante que evocadora, desabrida por encima de todo. Una obra que estrena la que espero sea una filmografía más acertada, que al menos pueda cristalizar sus propuestas con acierto. Dicen que esto del gusto estético no permite dogmatismos, que el cine propone y cada cual valora. De acuerdo. Sólo remito -bajo a esta ópera prima para constatar el desajuste entre intenciones y resultados, el conflicto que surge cuando se busca ese toque de magia que la vida esconde y sólo se consigue aburrir.

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