12/5/08

COSMOS: universo de conexiones

Manuel Gutiérrez Aragón revelaba hace poco los efectos del miedo al terrorismo en la sociedad vasca con su excelente película TODOS ESTAMOS INVITADOS, auténtico islote en el acotado marco temático de nuestro cine. Sin ahondar en el discurso político, el cántabro escogía la senda introspectiva para hablarnos del silencio como arma protectora frente a los infames. Con semejante riqueza reflexiva llega a la cartelera una nueva propuesta que sin duda estimulará un debate cuyos flecos siguen sueltos. COSMOS es el sugerente título con el que el navarro Diego Fandos debuta en el largometraje, una película donde el interesante planteamiento no queda empañado por las evidentes -pero tolerables- limitaciones formales.


La historia traza una línea argumental en la que varias vidas quedan enhebradas bajo el mismo sentimiento de soledad y necesidad de comunicación. El empresario donostiarra liberado tras su secuestro infernal, el cosmonauta soviético perdido en el espacio por diatribas burocráticas, el maduro profesor ex jesuíta, la joven camarera que vive con el pánico de creerse asediada por un extraño. Son los ejes con los que Fandos comienza a articular esta obra singular, tan extraña como atractiva, cuyo catálogo de emociones quede quizá lastrado por la tonalidad grisácea del conjunto y un aire artificioso en algunos diálogos. El relato nace y se abre a nosotros con los rasgos -a veces forzados- de una fábula, lo que el director define como "drama espiritual" con personajes distanciados sólo en el plano físico. Con buena alternancia de secuencias, pronto sabremos que esa lejanía no impide que acaben sintiendo afinidades decisivas, los sutiles puentes de conexión que un cierto orden cósmico tiende entre desconocidos.


Más conceptual que narrativa, y con pretensiones líricas que no han sido plasmadas con total acierto, COSMOS podría ser digna tributaria del universo alegórico del citado Gutiérrez Aragón. Personajes asaltados por la angustia de saberse acorralados, el miedo al encierro -espacial o mental- que conduce a una insólita fraternidad, el desconcierto que hace brotar los lazos solidarios. Buenas ideas que atrapan nuestra atención aunque pidan a gritos mayor solidez en su puesta en escena -demasiado fría y desangelada- para entusiasmar. Queda al final un regusto agridulce, no sé si por las flaquezas en la realización o por el sombrío paisaje que refleja -esta Euskal Herria azotada por la neblina, también del alma-. Conviene por ello retener los méritos y obviar las debilidades de este noble ejemplo del realismo mágico que tan poco asoma en nuestra producción.


Si no mucho más, al menos Fandos y su equipo logran evitar el posicionamiento político, inflamar de oratoria este cuento de seres con la misma sensibilidad ante el mundo. Un cuento mágico en una sociedad sin fronteras definidas, que se extienden de San Sebastián a Rusia, desde Rusia hasta el espacio estelar. El rescate del empresario sirve de excusa dramática para desplegar esos deseos compartidos de libertad, de hacerse entender, de imbricarnos en intuitiva armonía. Por eso la película gana más puntos de los que su arranque podría prometer. Por hablarnos de las coincidencias que marcan nuestra vida, de los impulsos irracionales que esconden una lógica absurda pero fascinante, de esa especie de red ingrávida que cambiará el curso de nuestros días.


COSMOS cuenta en el reparto con los veteranos Ramón Barea y Xabier Elorriaga, a los que se suma la espléndida Ohiana Maritorena, curtida en el terreno televisivo autonómico, quien sabe transmitir la inquietud ante el misterio en que se convierte su vida, toda la gama de sensaciones que su personaje experimenta hasta el ambiguo final. Un broche que el director no ha querido dotar de sentido cerrado, dejando que el espectador termine de hilar este tejido de esperanzas alentadas y destinos encontrados bajo el signo de lo inexplicable. Sólo por esta prueba de confianza merece nuestro mayor respeto.

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