29/5/08

EL EDIFICIO YACOBIÁN: mosaico de miserias

Con el aval del rotundo éxito de ventas de la novela original, aterriza en las pantallas -escasas, eso sí- españolas EL EDIFICIO YACOBIÁN, título penosamente predestinado al ostracismo comercial, como viene siendo habitual en algunas producciones. El autor del texto, el egipcio Alaa Al Aswani, goza de gran renombre editorial al obtener beneplácito crítico y respaldo popular tras muchas ediciones publicadas de su obra. Es precisamente esta génesis literaria lo que define el carácter ambicioso de la película, cuyas pretensiones de fresco social, político y religioso la sitúan en lo más exportable de un cine parco en estrenos.

Evocando a un Robert Altman con fragancias del Nilo, o, más recientemente, al humanista Fatih Akin en su puzzle turco-germano AL OTRO LADO (2007), el debutante Marwan Hamed ha elegido la estructura coral en un relato que esboza los grandes males del Egipto más contemporáneo. Para ello sitúa la acción en el inmueble del título, otrora residencia de la alta sociedad árabe, rancia aristocracia, nobles ricachones y burguesía intelectual de un país anclado en el pasado. Tras un inicial inserto documental, la película apenas ahonda en el seísmo republicano de Gamal Abdel Nasser como epicentro político del cambio, aunque en general desprenda un trasfondo crítico hacia el responsable de la degradación moral del país.

Sobrevuela en este valiente caleidoscopio un afán por radiografiar esa corrupción poliédrica y fascinante, por aquéllo de que las miserias dan más prestancia que las bondades. Y más morbo. Habla el director de las diferencias de clases -los pudientes en las lujosas dependencias del bloque, los parias hacinados en los trasteros de la azotea-, pretende lidiar con las diversas caras de la corrupción de políticos y empresarios -también inmiscuidos en materia de drogas-, arremete contra la intolerancia religiosa, contra la prostitución, la homosexualidad, el machismo. Temas neurálgicos que construyen un intenso trazado -casi tres horas de tapiz humano-, microuniverso revelador de este tiempo de mediocridad de la mano de unos personajes cuyo desengaño -laboral, afectivo, familiar- les mueve a buscar otras vías de escape.

Hamed no se arredra al reflejar una sociedad tan podrida, y mira, no sin un matiz compasivo, a los moradores del insigne edificio. La joven que intenta mantener a su familia y es acosada por sucesivos jefes; el joven aspirante a policía que es seducido por un grupo radical y acaba humillado por las fuerzas del orden; el viejo heredero de gran linaje, vividor, mujeriego y con una hermana desquiciada; el lujurioso y polígamo empresario metido a parlamentario que intercambia influencias con ministros; el intelectual y redactor jefe del diario francófilo Le Caire, homosexual adicto a los jóvenes efebos. Todos van otorgando a la historia el necesario cariz polimorfo de una sola y sórdida realidad, que no por insólita y decadente está menos presente. Quizá lastradas por su acento discursivo, las secuencias combinan en equilibrio dramático las múltiples experiencias personales para terminar configurando un todo patético, lánguido, oscuro, un espejo lúcido de tinieblas con ligeras concesiones a las medias sonrisas.
Para nada despreciable en las intenciones, adolece EL EDIFICIO YACOBIÁN de una estética en exceso acartonada, con una omnipresente banda musical que subraya el tono melodramático de ciertos pasajes. Si obviamos el recurso al folletín para elaborar alguna trama, la enfática realización -bravo por Hamed, entusiasmo le pone- o un cierto postalismo de El Cairo, queda una correcta y bien interpretada adaptación al cine de la obra literaria. Aún más. Una digna caligrafía de los siniestros errores de esta nueva era de civilizaciones que nos arropa, con toda su doble moral, su abanico de fanatismos y sus falacias de progreso. Una pena que siga siendo el cine minoritario el que venga a recordárnoslo.

1 comentario:

Emilio Calvo de Mora dijo...

Correspondo como se debe, Tomás, entrando en tu página de cine. Devuelvo cumplidos (tiene que haber caballerosidad entre los blogueros de pro) y agradezco los tuyos en la mía, infundados, no tengo ninguna duda. Es cosa de irnos visitando. Mientras tanto, saludos, abrazos, todo eso.