El prolífico Sidney Lumet, de plena actualidad con la presencia en cartel de la excelente ANTES QUE EL DIABLO SEPA QUE HAS MUERTO, iniciaba una de las más sólidas trayectorias profesionales a mediados del pasado siglo con un extraordinario relato acerca del dilema moral latente bajo los dictámenes judiciales. DOCE HOMBRES SIN PIEDAD (1957) -tengo que admitirlo, uno de mis títulos de cabecera, esos que recubren el velo de los sueños cinéfilos- escenificaba con teatral desenvoltura un guión férreo, sin tregua en el tenso y brillante intercambio de diálogos, feroz en un crescendo emocional que los varones de la función chorreaban entre ventiladores y agua embotellada.Nadie podrá evitar los paralelismos con su antecesora, sobre todo en lo relativo a la línea narrativa y al trazado de algunos personajes. Pero es clara la brecha que entre ambos títulos se abre, dictada por la lógica alteración del espacio y el tiempo que pretenden plasmar. Mikhalkov aporta su bagaje artístico para construir una larga -más de dos horas y media- y algo histriónica lección de amor a su tierra a través de la deliberación de los doce ciudadanos. Su nueva obra es concienzuda, incluso un punto espesa, y aporta los picos de reflexión política que podrían esperarse en el director, tal vez no tan explícitos en la versión de Lumet. Por eso puede afirmarse que, más que un inexplicable remake del clásico, esta película succiona el espíritu de la función para enhebrar un voluntarioso ejercicio de estilo hecho a medida, la triste y desoladora metáfora que el artista hace de un país desmembrado, abocado a perder su identidad.
Se entiende así la simbología a veces enfática propia del autor -el pajarillo atrapado en el gimnasio que alberga la acción- o la ansiedad del montaje, siempre atento a la crispada contienda.
El director moscovita firma un puntilloso alegato que cuestiona la rigidez legal e ilustra los matices morales que impregnan las decisiones. Pero además, 12 obtiene peso específico como relato intenso de un tiempo y un país, caleidoscopio lúcido de las verdades, los secretos, los odios y rencores, las mentiras que engendra un sistema comunista desmoronado, una cultura hecha de retales, sin apenas rostro, invadida por los códigos del voraz capitalismo.
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