5/6/08

PRETEXTOS: puro teatro

Pues eso. Ya lo cantaba La Lupe entre maliciosa y despechada. La vida es puro teatro, falsedad bien ensayada, estudiado simulacro, fue tu mejor actuación destrozar mi corazón, y hoy que me lloras de veras, recuerdo tu simulacro... Impulsada por el ánimo de detectar estas sutiles conexiones entre realidad y ficción, PRETEXTOS presenta el aval de su flamante Biznaga de Plata en el festival malagueño, para mayor gloria de su directora, la catalana Silvia Munt. Su debut en el largo de ficción -cinco años después del biopic documental sobre la amante de Dalí, GALA- es todo un catálogo emocional en torno a varios personajes enlazados por parejos sentimientos de frustración, soledad y una eterna búsqueda de razones para ser feliz.

Aunque estos laureles no dan cuenta de muchas bondades en una producción elegante en las formas pero fallida en la base. Haciendo honor a la canción, Munt urde -junto a Eva Baeza- un relato que usa la excusa dramática del montaje teatral de Chéjov para hablar de la vida y sus contradicciones con un tono demasiado artificioso. Que la protagonista -la propia Silvia Munt- sea directora de escena ya nos pone en alerta. Que además se llame Viena -en homenaje al clásico JOHNNY GUITAR (Nicholas Ray, 1954), homenaje extendido a la banda sonora- evidencian que la cosa va en serio. Demasiado. Muy distinta al mundo escénico retratado en ÉXTASIS (Mariano Barroso, 1996), ACTRICES (Ventura Pons, 1997), TODO SOBRE MI MADRE (Pedro Almodóvar, 1999) o SIN VERGÜENZA (Joaquín Oristrell, 2002), en las que el nexo teatro-vida quedaba articulado con mayor peso dramático y alguna gota de humor.

Se hace difícil entrar en la historia de PRETEXTOS cuando las escenas se alimentan de diálogos afectados y miradas intensas, con un pretendido aire de gravedad que en ningún momento estimula el posible interés del conjunto. Marcada por un tempo lento, incluso contemplativo en algunos planos, la película relata el combate -muy hablado, muy teatral- entre lo que tenemos y lo que deseamos, entre verdades y mentiras, amor y dolor, y apunta a ciertas formas de vencer las insatisfacciones vitales. Pero se queda anclado ahí, en un esbozo tibio y sin fuerza.

Puestos a ficcionar, podríamos imaginar qué hubiera pasado con este guión en las manos maestras de Mankiewicz, o de Cassavetes, o del maestro Bergman -aunque esto quizá sea mucho soñar-. Seguramente hubiera sorteado la impostura que lo salpica y haría creíble la radiografía de la burguesía intelectual donde Munt nos sitúa. Entorno un punto deprimente en el que la protagonista -¿un álter ego de la directora?- reflexiona sobre sus fracasos y quiere convencernos de lo ingrata que puede ser la vida. Alrededor giran los personajes secundarios en la misma onda de terapia de diseño, a los que ni siquiera la valía de Laia Marull, Manuel Alexandre, Ramón Madaula, María José Alfonso o Francesc Garrido salvan de la farsa. La gran farsa de la vida que esta vez no aporta excusas para conmover.

1 comentario:

Emilio Calvo de Mora dijo...

A mí el cine patrio me suele producir urticaria cuando se pone reventón en formalismos y serio y trascendente como un pañuelo de luto, pero tu (magnífica) reseña me dan ganas de ver ésta. Saludos, my friend.