
El trayecto por las arterias sureñas de EE.UU reúne a tres amigas talluditas que transportan las cenizas del difunto amante de una de ellas hasta Palm Springs. La película juega la baza de una narración eficaz, ajustada al esquema de este

Rowley no escatima en sus cinéfilos guiños a THELMA & LOUISE (Ridley Scott, 1991), quizá el paradigma moderno de cine de carretera, clásico indiscutible que entonó un alentador canto a la amistad femenina -tildada por muchos de alegato feminista- y la búsqueda de libertad.
Lange, Bates y Allen hacen lo propio en un relato honesto, que pinta con mimo sus personajes y nos conduce por la ironía, la ternura, la melancolía, todas las capas de la emoción garantes de éxito. Bajo formas en exceso convencionales, el relato no deslumbra pero mantiene el interés por las tres mujeres, con los necesarias escenas de intimidad entre ellas y un sector masculino que caerá a sus pies -el joven Víctor Rasuk, a la sombra del Brad Pitt que enloqueció a Geena Davis, y un espléndido Tom Skerritt-.

Se agradece un título discreto, complaciente, sin malicia como EL VIAJE DE NUESTRA VIDA, que escudado en su ligereza regresa por sendas de trazado clásico, las que casi nunca traicionan. Historia sobre mujeres que se descubren y quieren, que rescatan la sensación de amar, de perder la cabeza y sentir, que ríen y siguen soñando. Mujeres protectoras, vitalistas, temerosas, libres. 

Para el recuerdo, todas las escenas en que una compungida Jessica Lange busca la soledad frente a la belleza del paisaje. No le hace falta mucho a la de Minessotta para tendernos el puente hasta su dolor. La invitación de una gran dama que sólo un idiota podría rechazar.



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