18/6/08

LOS CRONOCRÍMENES: ingenioso artefacto

Parece no quedar otra opción que la de acoplarse a este nuevo culto hacia los novísimos creadores del cine patrio en aras de no hacer el primo. De no ser cool, me refiero. Aún laten los espasmos que la oscura y eléctrica REC imprimió en nuestro sistema muscular, todavía perdura la imagen de esa Belén Rueda aterrada en un siniestro caserón anidado de fantasmas. La maquinaria de las reinvenciones genéricas también -y menos mal- ha asistido a nuestra renqueante industria, buena prueba de lo cual fue un 2007 punteado de esos vientos frescos que, si no preludio de una carrera al mismo nivel, sí muestran el aguijón de un enjambre de incipientes directores hambrientos. Y muy listos.

Lo fueron Bayona y el tándem Plaza-Balagueró como en su día lo fueron de la Iglesia, Amenábar, Fresnadillo y otros sembradores de un cine de género radical, arriesgado, despojado de complejos temáticos y corsés formales. Nacho Vigalondo se suma al carro con una mochila de prestigiosa vida en corto, como guionista y director. Junto a su paisano Koldo Sierra parió EL TREN DE LA BRUJA (2003), que convenció a Gary Oldman para rodar el curioso thriller BOSQUE DE SOMBRAS (2006), dirigido por Sierra. 7:35 DE LA MAÑANA (2003) se codeó con la crème de la industria yanqui, aunque se quedara a las puertas. LOS CRONOCRÍMENES -desacertado título, por motivos argumentales y también comerciales- es su bautizo en el largo, una obra autorial si se quiere, impresa con la tensión narrativa y el humor gamberro marca de la casa.

Desde el jardín de su nueva casa, un hombre descubre a una chica desnuda en el bosque. Al acercarse, es herido en el brazo por un extraño con el rostro vendado. En su huida, se refugia en el puesto de control de un laboratorio cercano y, con la ayuda de un empleado, se esconde en una tanqueta que oculta el secreto de un extraño proyecto científico. Vigalondo abre así una trama articulada sobre un triple viaje en el tiempo del protagonista -un descafeinado Karra Elejalde-, que reviste la suficiente frescura y autoparodia como para tomársela en serio. Y quizá sea el tono irónico el principal escollo para que la intriga circule con un mínimo de (in)credibilidad, dentro de lo que permite su insólita premisa. Nadie negará el oficio con que rueda el cántabro, en el alambre de su artificio, sin declinar ante la tentación del truco barato, ágil en el trazo de un guión rompecabezas con encaje preciso de sus piezas. Es de lamentar que el interés de su estimulante arranque se diluya a medida que la acción se retuerce hasta un desinflado final.

LOS CRONOCRÍMENES -insisto, engañoso nombre para una película como ésta, que muchos prejuzgarán como nueva pieza de terror visionario hasta que se topen con ella- tiene la virtud de durar poco, lo suficiente para enhebrar su historia con la justa dosis de confusión sin llegar al galimatías científico. Al final, importa menos entender el embrollo que dejarse llevar por la broma urdida por el travieso Vigalondo, gozoso tras la cámara como un niño grande. Su primera obra apunta maneras, asumiendo los patrones del thriller psicológico -golpes de efecto incluidos- en la búsqueda de sello propio, extraño, de un delirio que cabía esperar. Que ya es mucho.

Por el momento nos ofrece un relato más entusiasta que fascinante, con atmósfera, con pulso narrativo, tan digno como irregular. Vigalondo -que ahorra presupuesto encarnando uno de los pocos personajes- juega sus cartas sin trampa pero con algo de cartón. Habría que limar la pobreza de los diálogos y la pésima dirección de actores para que este artefacto milimétricamente ingenioso sumara puntos como el timón de proa de un nuevo, refrescante concepto de cine nacional -siento ceder ante el tópico, mea culpa-. El tiempo, siempre juicioso, nos dirá si la broma es algo más que simple modernez.

No hay comentarios: