18/6/08

WONDERFUL TOWN: la vida sigue

Incluso en el rincón más castigado por el destino queda espacio para el amor. El sentimento imprevisto, el que brota sin apenas intuirlo en mitad del fin del mundo. Poco ha podido decir el cine tailandés tras el devastador tsunami que aniquiló la vida en el paraíso. Atrapa la atención que el debutante Aditya Assarat escoja un delicioso romance como metáfora sutil de esa misma vida que resurge del horror. WONDERFUL TOWN se desliza con la espumosa cadencia del oleaje sobre la playa, con un tono sereno, de arrebatado clasicismo que dará cobijo al relato desde el primer plano y lo nutrirá de rotunda belleza.

Acopia méritos el hecho de volver la mirada a un capítulo del pasado tan nefasto evitando la autocompasión del autóctono emigrado. El director, tras sólida formación artística, regresa a sus orígenes y opta por alumbrar un doble paisaje, físico y emocional, en franca huida del efectismo que el desastre pudiera sugerir. Al contrario, prefiere Assarat discurrir por cauces poéticos a la hora de pintar el vínculo sentimental que vertebra su película, en las antípodas del arriesgado discurso crítico. Esta obra hace dialogar a los dos protagonistas, la joven encargada del pequeño hotel familiar y el apuesto arquitecto procedente de Bangkok, como dos modos de vida opuestos pero destinados a hallarse en mutua escapada de cadenas familiares y prejuicios sociales.

Destino o azar, quizá sea indiferente para que la dialéctica brote a lo largo de imágenes y sonidos cautivadores. Hablan ambos personajes como individuos extraños que se encuentran y conectan, pero lo hacen a su vez como figuras que la esperanza adopta para borrar el siniestro, para reemprender el camino. Imprime el tailandés el sello de un profundo lirismo, sin que nada de lo que propone ruede por la pendiente de lo forzado. Cuento de amor breve y prohibido, encuentro casual que teje la fábula a base de aplomo narrativo sólo equiparable a un diáfano lenguaje visual, maestro, incontestable. Es inevitable sentirse abrumado por el marcaje emocional que Assarat dosifica con las armas propias de los grandes cineastas, aquéllos que suman a la cirugía de su trazado humano las humildes caricias de su embalaje formal.
En ningún momento traiciona WONDERFUL TOWN las sensaciones despertadas, si acaso las renueva abrazándonos, musical e hipnótica. El sentimiento se despliega ajeno a acentos o aspavientos, impregnando de melancolía húmeda, de una expresiva contención cada detalle. Pequeños gestos, silencios, miradas, el poder de la sugerencia hecho travellings exquisitos, calmosa planificación, sabio empleo del encuadre para extraer riqueza del paisaje y penetrar en una relación igualmente reveladora, tan intensa como efímera.

Assarat describe un deseo que se libera en una tierra obligada a sobrevivir, a emerger de la ruina, donde nadie olvida la desgracia pero sigue adelante, con toda su moral provinciana, ese recelo a lo extraño que logrará cebarse sobre el protagonista como brutal sacrificio entregado a la madre naturaleza. La vida después de la muerte, los rescoldos de la tempestad frente a los sueños renovados, el choque del individuo con la comunidad, de la cultura urbana frente al entorno rural, la construcción del hotel como reflejo de todas las ilusiones que renacen. Un catálogo de símbolos complementarios descubierto a golpes de hermoso postalismo, bajo las vestiduras de poema audiovisual pulcro, iluminador, frágil. Sólo gracias al noble tallaje artístico puede preñarse de verdad, tal vez el más válido recurso para hacer de una esquina del mundo cálido refugio de soledades, frustraciones, idénticos anhelos que difuminan los espectros del pasado.

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