7/6/08

BIENVENIDO A FAREWELL-GUTMANN: sumando méritos

El reciente estreno de CASUAL DAY (Max Lemcke, 2007) ha vuelto a actualizar una rentable corriente temática basada en el mundo empresarial, foco brillante con el que iluminar las miserias humanas que tanta feligresía convocan. El entorno de oficinas y trajes de chaqueta sigue siendo válido como microcosmos revelador de universales actitudes, casi siempre introduciendo el humor ácido para templar ánimos -la serie británica THE OFFICE (Ricky Gervais/Stephen Merchant, 2001-2003) acaparó excelentes críticas al respecto-.

No es precisamente este último ingrediente el que aliña un plato templado como BIENVENIDO A FAREWELL-GUTMANN. La ópera prima de Xavi Puebla adentra en la prestigiosa firma farmacética del título para tocar asuntos paradigmáticos como la escalada profesional y el sentido de competitividad que acarrea.

A través de tres ambiciosos empleados asistimos a un discreto escaparate dialéctico que saca a flote reproches, mentiras, chantajes y otras lindezas de enorme práctica en el ambiente. Sin embargo, es el matiz de ironía el que se echa a faltar en el conjunto, que acusa un texto demasiado serio, indefinido entre la crítica social y el drama personal.

La película se hizo con dos galardones en el último festival malagueño de cine, uno de ellos para la excelente Ana Fernández como una de las candidatas al puesto directivo de la compañía. La acompañan en la disputa por la vacante dos actores de igual porte y temple, Lluís Soler y Adolfo Fernández, ejemplos de esos grandes secundarios sin los que nuestro cine sería aún más lastimoso. Son los rostros de tres luchadores por el éxito, enfrentados a un extraño emisario de las altas esferas -Héctor Colomé, fabuloso como siempre-, quien los pone a prueba para determinar el más idóneo para el puesto. Ni aún contando con su presencia logra el director imbuir de gran interés una narración que peca de plana y sin crescendo, a la que su estructura en exceso teatral -que también definía la estimulante EL MÉTODO (Marcelo Piñeyro, 2005)- no ayuda para obtener nuestro beneplácito.

Una vez en la orilla habría que empantanarse de verdad, tendrían Jesús Gil Vilda y el propio Xavi Puebla que haber retorcido su bosquejo de valores sobre el triunfo a toda costa. Puntuados con una parca banda musical, estos encuentros no terminan de cuajar debido a un ritmo moroso, cuya tibieza y laxitud narrativa hacen difícil -si no improbable- que las emociones delineadas carezcan de volumen ante el espectador. No obstante apunta el acierto de diagnosticar ciertos síntomas propios del combativo universo empresarial. Procesos de selección, amiguismos, integración de vidas familiar y laboral, complicidad machista, arbitrarios criterios de decisión. El siniestro engranaje que encierra entre inteligentes paredes recursos no tan humanos para medrar, un espejo de esta enfermedad crónica llamada capitalismo tan bienintencionado como fallido.

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