13/6/08

OH JERUSALÉN: maldita tierra santa

Dominique Lapierre y Larry Collins se aliaron en los años 60 para formar una de las matrimonios literarios más rentables. Sus obras, traducidas a múltiples idiomas, se ajustan al desprestigiado concepto de best seller tamizado por un sentido políticamente correcto de la conciencia social. Son asuntos que muestran sus flecos políticos y humanos con un estilo literario bastante cinematográfico, buenas narraciones que no se desvirtúan en su traslación visual.

OH JERUSALÉN es de esas historias necesarias, no ya para calibrar nuestro sentido ético, sino para entender una realidad histórica que lleva indigestándonos el almuerzo demasiado tiempo. Lo cierto es que se ha hecho esperar la adaptación al cine, firmada por Elie Chouraqui, quien ya nos hablara de guerra y amor, del amor en la guerra en la interesante LAS FLORES DE HARRISON (2001). Ian Holm, JJ Feild, Saïd Taghmaoui, Patrick Bruel y Maria Papas forman el reparto internacional de este relato sobre la amistad de dos jóvenes -un judío norteamericano y un árabe- durante los años convulsos que vieron nacer el estado de Israel.

Concebida como un fresco sociopolítico regado con las usuales dosis de drama personal, la película acaba acusando su origen literario. El lastre principal lo produce una narración atropellada, ciñendo en menos de dos horas un material tan extenso, con lo que la implicación emocional con los personajes se hace bastante difícil. De hecho, el arranque es rápido, sin apenas trazarnos las vidas previas de los dos amigos -y más tarde contendientes-, convirtiéndolos en meros esquemas, doblegándolos al servicio del drama que se sirve. Chouraqui, a cuatro manos junto a Didier Le Pêcheur, ha ordenado el guión como sucesión de los hechos cronológicos que llevaron al enfrentamiento entre ambas culturas, dando la sensación global de bloques episódicos muy válidos como documento histórico, pero pobre en el tipismo del dibujo humano que contienen.

En consecuencia, OH JERUSALÉN, más meritoria por su buena voluntad que por lo acertado de sus soluciones, sufre de un incómodo tufo a producto televisivo, ese halo de debilidad narrativa y recursos visuales propios del pequeño formato, propenso a mostrar vidas desgarradas por sucesos estampados en tragedia. No escapa el conjunto a recursos muy encasillados en la fórmula del éxito, el más ortodoxo uso de la evolución dramática y la escasa dimensión de los personajes. Se acerca en este sentido a la reciente COMETAS EN EL CIELO (Marc Forster, 2007) -también basada en una novela-, que ocultaba su insalvable mediocridad bajo las vestiduras de un melodrama ripeado de tierna condescendencia, de ideal factura para la taquilla, a lo Spielberg con turbante y fanatismos.

Pese al tono blandito y facilón, se adivina el impulso testimonial de la aventura en tierra santa, que los escritores Lapierre y Collins impregnan de su habitual rigor historicista. Este film, discreto y convencional, engrosaría la nómina de obras que aspiran a dar fé de los hechos ignominiosos que asaltan la razón, por encima de fronteras, por encima de creencias. O precisamente gracias a las creencias. Son éstas los que muchas veces impiden transigir, como demuestra un conflicto endémico, difuminado, con un sustento ideológico transmutado en pura aberración con el paso de los años. La secuencia en la casa materna del joven palestino explica, con toda riqueza idiomática, lo grotesco de esta guerra entre vecinos sin que un final se divise en el horizonte.

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