3/6/08

ARITMÉTICA EMOCIONAL: fantasmas del pasado

Destilan las imágenes de esta película una nobleza insólita en el cine actual, ese aliento cálido que preavisa de torrentes emocionales a todas luces devastadores. Pero se antoja complejo adaptar un material tan intenso como el escrito por Matt Cohen sin caer en facilidades, pues a estas alturas abundan las historias centradas en los efectos psicológicos de las guerras -del color que sean- y las lacras afectivas que impone su recuerdo. Animado por la potente base literaria, el canadiense Paolo Barzman traza un relato firme en sus intenciones, cuya honestidad, sin embargo, no hace pasar por alto una estética de telefilm que con otros actores hubiera echado por tierra el nivel de la historia.

ARITMÉTICA EMOCIONAL nos ubica en un entorno de bucólica belleza, el idílico y elocuente paisaje de Québec donde una plácida convivencia familiar se verá alterada por figuras emergentes del pasado. Quiere hablar el director de la memoria como motor de nuestra existencia, del retorno a un tiempo de infamias, de angustia y sinrazón como la válvula para otorgar valor al presente. Pero también de amor. Del sentimiento amoroso hacia los tuyos, y de ese otro amor latente que se ha callado, que se oculta por temor a hacer daño a tu familia. Y también de la culpa. O, mejor aún, del sentido de responsabilidad hacia esa persona que siguió sufriendo la brutalidad de la guerra al permitir que te salvaras. Y del conciliador poder de los reencuentros. Muchos son los rincones de humanidad que el director pretende abarcar, y de todos podría haber salido airoso, siempre escoltado por la inspiradora novela primigenia. El problema para que este trayecto acabe siendo todo lo inspirador y lacerante como se pretende es la falta de tino para redondear el libreto de H. Jefferson Lewis, con más voluntad de impacto emotivo que logros concretos. La mencionada fragancia a producto catódico de sobremesa confirma a través de secuencias de gran carga dialéctica que se desaprovecha un material narrativo necesitado de un timón más firme. Aún así, lo recorremos sin pesar porque lo alimenta un último poso de esperanza, necesario para sustentarlo desde el confortable inicio hasta los créditos explicativos -también televisivos- del broche final.

La historia muestra el reencuentro de la frágil Melanie con dos rostros que selló en su memoria tras la dolorosa experiencia en un campo de reclusos en el París de la ocupación nazi. Jakob, el poeta y médico judío que la protegía del horror y le confió la insigne tarea de escribirlo en un diario vuelve a ella como venerable anciano. Y regresa junto al inesperado Christopher, el niño sin padres que fue su cómplice en el guetto, ese amor truncado pero siempre recordado tras años de unión con David, protector esposo antes que amante.
Un punzante argumento sobre las llagas que perduran e impiden olvidar, modelando con afecto pese a la falta de personalidad de Barzman, cuyo oficio no evita supeditarse al de los cuatro pivotes que construyen el continuo cruce de diálogos -a veces forzados por su origen literario-.

El conjunto queda impregnado, además, de la temida complacencia a través de esos acartonados flashbacks, insertos demasiado explícitos e innecesarios para lograr la implicación final del respetable con los personajes. Dicen que el pasado siempre regresa, aquí lo hace bien mediante estos forzados paréntesis -la conexión de Melanie y Christopher con su infancia perdida-, bien con los fantasmas de esos niños que ahora aletean en la conciencia del viejo Jakob. Recursos que la mente -¿o será el corazón?- ofrece para decirnos que tanto dolor acaba mereciendo la pena si no se olvida, y que aquí se meten con el calzador del buen propósito en medio de la teatral puesta en escena.

ARITMÉTICA EMOCIONAL se hundiría sin remedio de no contar con un cuadro actoral formidable, comprometido, magistral. Susan Sarandon vuelve a copar los planos a base de talento, sólo equiparable al gesto sereno de Christopher Plummer y Gabriel Byrne y la distinguida, rotunda, reveladora figura de Max von Sydow. Juntos configuran este correcto entramado que apela al pasado como parte del presente, a la búsqueda de redención para sobrevivir, una obra que revela insalvables conflictos, obligado recuento de fracasos, personales luchas por recobrar la estabilidad. Es tiempo de rendir cuentas con la historia y no seguir adelante como si nada hubiera sucedido, de cambiar la ecuación sobre la que se organizaban nuestros días. Un sentimiento noble, de eso no cabe duda, tanto que pide a gritos mayor pericia a la hora de arrastrarnos por los turbulentos cauces que promete.

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