
ARITMÉTICA EMOCIONAL nos ubica en un entorno de bucólica belleza, el idílico y elocuente paisaje de Québec donde una plácida convivencia familiar se verá alterada por figuras emergentes del pasado. Quiere hablar el director de la memoria como motor de nuestra existencia, del


La historia muestra el reencuentro de la frágil Melanie con dos rostros que selló en su memoria tras la dolorosa experiencia en un campo de reclusos en el París de la ocupación nazi. Jakob, el poeta y médico judío que la protegía del horror y le confió la insigne tarea de escribirlo en un diario vuelve a ella como venerable anciano. Y regresa junto al inesperado Christopher, el niño sin padres que fue su cómplice en el guetto, ese amor truncado pero siempre recordado tras años de unión con David, protector esposo antes que amante.

El conjunto queda impregnado, además, de la temida complacencia a través de esos acartonados flashbacks, insertos demasiado explícitos e innecesarios para lograr la implicación final del respetable con los personajes. Dicen que el pasado siempre regresa, aquí lo hace bien mediante estos forzados paréntesis -la conexión de Melanie y Christopher con su infancia perdida-, bien con los fantasmas de esos niños que ahora aletean en la conciencia del viejo Jakob. Recursos que la mente -¿o será el corazón?- ofrece para decirnos que tanto dolor acaba mereciendo la pena si no se olvida, y que aquí se meten con el calzador del buen propósito en medio de la teatral puesta en escena.
ARITMÉTICA EMOCIONAL se hundiría sin remedio de no contar con un cuadro actoral formidable, comprometido, magistral. Susan Sarandon vuelve a copar los planos a base de talento, sólo equiparable al gesto sereno de Christopher Plummer y Gabriel Byrne y la distinguida, rotunda, reveladora figura de Max von Sydow. Juntos configuran este correcto entramado que apela al pasado como parte del presente, a la búsqueda de redención para sobrevivir, una obra que revela insalvables conflictos, obligado recuento de fracasos, personales luchas por recobrar la estabilidad. Es tiempo de rendir cuentas con la historia y no seguir adelante como si nada hubiera sucedido, de cambiar la ecuación sobre la que se organizaban nuestros días. Un sentimiento noble, de eso no cabe duda, tanto que pide a gritos mayor pericia a la hora de arrastrarnos por los turbulentos cauces que promete.
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