Suele ser el documental el género perfecto para sublimar el efecto de la cruda realidad, es por lo que Arijón logra asaltar la noble fibra de nuestra sensibilidad sin acariciar el gratuito efectismo.
Combinando los testimonios ante la cámara con imágenes de archivo y una reconstrucción ficcionada de los hechos, NÁUFRAGOS escarba en una pesadilla que, por sí misma, revistió una enorme carga de solidaridad, esperanza, sentido de la dignidad y esfuerzo común por subsistir. Los grandes valores que ninguna producción hollywoodiense -VIVEN (Frank Marshall, 1993)- lograría plasmar sin caer en la víscera, en el morboso peaje hacia el pelotazo comercial.En verdad se hace duro ver, escuchar, sentir lo que aparece ante nosotros por saberlo elaborado desde la memoria de sus actores, por tener la certeza de que el dolor, la desesperanza, la sombra de la muerte les acuciaron en más de dos meses de calvario. Porque todo eso ocurrió. 
Pero además, Arijón se vale de una gama de recursos narrativos y visuales que potencian el efecto dramático de las palabras, impregnando la narración polifónica de los hechos del mínimo regusto a buen cine, digno, sin manipular, espeluznante. Voces, imágenes, sonidos, sensaciones que, desde la subjetividad, enhebran una valiente oda al triunfo del espíritu humano. Pero auténtica esta vez, aunque parezca una torpe estrategia de marketing. Aunque suene a solución fácil del peor de los melodramas.

Pero además, Arijón se vale de una gama de recursos narrativos y visuales que potencian el efecto dramático de las palabras, impregnando la narración polifónica de los hechos del mínimo regusto a buen cine, digno, sin manipular, espeluznante. Voces, imágenes, sonidos, sensaciones que, desde la subjetividad, enhebran una valiente oda al triunfo del espíritu humano. Pero auténtica esta vez, aunque parezca una torpe estrategia de marketing. Aunque suene a solución fácil del peor de los melodramas. NÁUFRAGOS se estructura en torno a un viaje conmemorativo que algunos de los protagonistas hacen al lugar de los hechos, ahora con sus familiares. Su presencia física allí donde el avión se estrelló acentúa la escalofriante secuencia del pasado, la elocuencia de las fotografías, el amargo peso del recuerdo. Con buen pulso narrativo nos sumerge

Arijón en el drama, revelando la ilusión del viaje, el pánico por la incertidumbre, la unión para sortear la derrota, las ganas de vivir. Y, por encima de todo lo demás, llama la atención la espiritualidad de los chicos, esa sólida fé en la que se escudaron a la hora de vencer la inanición. El debate estuvo servido en la opinión pública durante años. Canibalismo para algunos. Para la mayoría, único recurso en el abismo de la muerte anunciada. En cualquier caso, el enfoque del director evita caer en el juicio o la condena hacia los hechos, es la grandeza de un film que descubre la fuerza de la razón en las más extremas situaciones, la prueba que calibra nuestro lado más civilizado cuando la desesperación nos ahoga.El dilema moral que asaltó a los jóvenes trascendió hasta convertir su experiencia en una hazaña sin precedentes, y éste es el mejor homenaje que puede imaginarse.
Un ejemplo vívido y emocionante de los miedos del hombre frente a la naturaleza, de la ilusión tejida con los flecos del infortunio, de los límites que se rebasan cuando apremia el deseo de sobrevivir. No está mal hacer memoria. Casi es necesario recordar que en ocasiones cualquiera puede convertirse en héroe involuntario ante un capricho del destino.




Buscando reflexionar sobre el poder del destino, la fuerza del azar, la suma de casualidades como causas de la felicidad, la película falla en algo básico para implicarnos, la definición de esas ideas. Opta el director por combinar ramalazos de comedia generacional, drama e incluso lecciones de historia mediante insertos de animación en 2D, un apoyo visual culpable de los baches de ritmo que hacen mella en el conjunto.
O quizá también por el remoto toque de lirismo, casi de fábula moderna y juvenil que no termina de asentarse como tal, y que nos que cambia de protagonista -Gómez- manteniendo al desaparecido -Silvestre- en el recuerdo, flotando como el espíritu que inspira al grupo. De todas formas no se le puede restar mérito al intento de fantasear con la realidad, de intuir nuevas formas expresivas, de pretender enamorarnos con la frescura de una historia sobre amistad y esperanza, sobre el amor, la autorrealización, sobre la lucha por la vida y la fé que cualquiera puede guardar, ahora como hicieron otros en pasadas épocas.
Algunos aciertos de dirección -los juegos con el punto de vista, sin ir más lejos-, pueden ser suficientes para no echar por tierra este rastreo de inéditos terrenos narrativos por abonar.
subgénero tan propicio para el desarme emocional y el autodescubrimiento de quien emprende el viaje. Un filón que la industria americana ha sabido explotar desde míticas épocas hasta la actualidad, mostrando la amplitud del espacio físico como metáfora cálida o terrible, cáustica o enternecedora de un viaje interior igualmente iniciático, revelador de diversos modos de ver el mundo.


Para el recuerdo, todas las escenas en que una compungida Jessica Lange busca la soledad frente a la belleza del paisaje. No le hace falta mucho a la de Minessotta para tendernos el puente hasta su dolor. La invitación de una gran dama que sólo un idiota podría rechazar.





Quiere hablar ENCARNACIÓN del irremediable encuentro con el presente, amenazado con la sombra de viejos esplendores. Y del pánico ante la inminente decadencia, que la piel acartonada y el desprecio del nuevo público recuerdan sin piedad. Es momento de hacer balance de lo que lo que una fue, de fortalecer el ego buscando en google las críticas favorables, de maquillar lo inevitable. Llegó la hora de entender qué papel seguirá representando una en la vida, es como sabremos si hay alguien que aún nos recuerde y nos quiera. Tan hermoso descenso al crepúsculo merecía una mirada más intensa, mejor definida, pura emoción.

sonidos cautivadores. Hablan ambos personajes como individuos extraños que se encuentran y conectan, pero lo hacen a su vez como figuras que la esperanza adopta para borrar el siniestro, para reemprender el camino. Imprime el tailandés el sello de un profundo lirismo, sin que nada de lo que propone ruede por la pendiente de lo forzado. Cuento de amor breve y prohibido, encuentro casual que teje la fábula a base de aplomo narrativo sólo equiparable a un diáfano lenguaje visual, maestro, incontestable. Es inevitable sentirse abrumado por el marcaje emocional que Assarat dosifica con las armas propias de los grandes cineastas, aquéllos que suman a la cirugía de su trazado humano las humildes caricias de su embalaje formal.


Parece no quedar otra opción que la de acoplarse a este nuevo culto hacia los novísimos creadores del cine patrio en aras de no hacer el primo. De no ser cool, me refiero. Aún laten los espasmos que la oscura y eléctrica REC imprimió en nuestro sistema muscular, todavía perdura la imagen de esa Belén Rueda aterrada en un siniestro caserón anidado de fantasmas. La maquinaria de las reinvenciones genéricas también -y menos mal- ha asistido a nuestra renqueante industria, buena prueba de lo cual fue un 2007 punteado de esos vientos frescos que, si no preludio de una carrera al mismo nivel, sí muestran el aguijón de un enjambre de incipientes directores hambrientos. Y muy listos. 


Intento averiguar los motivos por los que Michael Haneke ha revisado plano por plano la que tal vez sea su obra más brillante. De prestigio anda sobrado, como constata su flamante galardón europeo por CACHÉ (2005), con lo que deduzco la consabida razón crematística que le facilite su inmersión en el mercado USA. Es decir, la vieja historia repetida, aunque me sorprende que incluso él haya cedido al autoplagio para granjearse esa ascensión comercial. Cosas del cine. Incluso del bueno.

En la línea de un Chabrol más intestinal -por aquéllo de la náusea-, Haneke refuerza su cínica, gamberra visión del ser humano disparando en el entrecejo de la clase burguesa media y urbanita, ésta vez yanqui. Sin concesiones ni lamentos victimistas. Sin moralina final. Sin lógica aparente. Pura y dura -durísima- inyección de lucidez. En esta era de psicosis neoconservadora, resulta más terrible reconocer el pánico cuando se asaltan terrenos de privacidad, cuando la libertad de nuestro espacio resulta violada. Haneke se aprovecha y nos conduce por un guión simple pero astuto en la bofetada que nos lanza. La excelente CACHÉ volvería a plasmar los seísmos emocionales del asedio, ese abismo que el miedo a lo desconocido abre en nuestra cómoda existencia -aquí la amenaza asomaba en la forma de cintas de vídeo-.
Qué mejor lenguaje que el suspense para narrarnos el derrumbe de todo un sistema moral, para encauzar su discurso descreído, complejo, de un sarcasmo que abate ánimos y pellizca conciencias. 
